sábado, 7 de febrero de 2009

LOS CONTRASTES DEL CLIMA...

Nadie me cree que soy una persona tímida... De veras... Cuántos se han sorprendido de una confidencia así, sobre todo cuando la manifiesto de una manera resuelta. Dicho de otro modo, resulta paradójico que diga con un gesto generalmente enfático algo que sólo cabe como muestra de confianza y discreción... Pues con todo lo sorprendente o paradójico que pueda parecer, esa es la verdad. Y he tenido que ofrecer numerosos ejemplos para ser más convincente, aunque al final de cuentas no sea necesario convencer a nadie de algo que es parte de mi naturaleza íntima y auténtica, que he debido resolver con paciencia y audacia a lo largo de mi vida.
Uno de los escenarios que pone a prueba la capacidad de expresión congruente y consistente resulta ser la conversación. Desde el intercambio cotidiano en asuntos de poca trascendencia hasta el tratamiento de temas en los que se hace un ejercicio hábil y a fondo hasta consagrar la razón o salirse por las falacias. No pondero la persuasión ni la fogosidad. Hay personas de expresión tersa y moderada, pero contundentes en sus manifiestos. La mayoría cree que la conversación es una pugna en la que debe ganarse a pulso la aceptación de sus argumentos y no una vía de alternancia para el intercambio de ideas y el enriquecimiento compartido en pos de una visión más clara, más precisa y quizá más veraz respecto a algo que ocupe la atención.
La conversación muchas veces se establece de manera espontánea y en las circunstancias menos previsibles. Resulta extraño que dos o más personas se citen para entablar una relación de análisis para formular pensamientos rigurosamente válidos. Ni los filósofos se tratan de esa manera... Por eso me parece un recurso benigno para entablar una conversación preguntarle a alguien, dondequiera que se encuentre y siempre que me parezca simpático o simpática: "Y usted o tú: ¿a qué te dedicas en la vida real...? La fórmula no falla: luego de una expresión de risa y sorpresa, ahí va la respuesta, y de esa manera queda establecido un diálogo igualmente simpático y propositivo.
Después de tres párrafos alguien se preguntará qué tiene que ver el título de este texto con lo que vengo diciendo. Pues verá que mucho. Y es que nunca he olvidado una antigua lección en no sé que curso del instituto, relacionada con el clima y el carácter y la actitud de las personas. Por entonces nadie hablaba del genoma, y por lo mismo no había referencia a esta visión científica y tan esclarecedora de la naturaleza humana. Así que al final de la lección quedábamos informados cómo era que el clima resultaba determinante en nuestro comportamiento y se daba por sentado que en las tierras cálidas las personas eran más "abiertas", expresivas, desinhibidas, "sensuales, sensibles y sensitivas" como en el verso de Rubén Darío, aparte de ser más ligeras en el vestir, entre otros temas y prácticas. Por el contrario, las personas de tierras frías eran más reconcentradas en sí mismas, más calculadoras, más cautelosas, desconfiadas y hasta hipócritas... Nadie puede, por supuesto, ser categórico hasta los extremos, pero cabe aceptar que esas nociones eran y siguen siendo válidas, al menos puestas a prueba como podemos hacerlo.
Basta acercarse más y más a regiones costaneras o de tierras bajas, y por lo mismo de temperaturas elevadas, para darse cuenta que no andamos equivocados. Ayer apenas amanecía en Barranquilla, en el último día de mis vacaciones de principios de año, y vuelta a experimentar ese extenuante calor que me ha acompañado por la costa atlántica colombiana. Sin exageración podíamos estar alrededor de los treinta grados centígrados o más. Aprovechando las primeras horas de luz y el fresco de la mañana, los barranquilleros madrugan. Desde muy temprano están abiertos los restaurantes, las iglesias, los almacenes, los museos, los internets, y desde entonces se encuentra plenamente activa la población en sus múltiples ocupaciones. El tránsito es la primera evidencia del fragor humano. La gente va y viene en todo tipo de transporte. Me llamó mucho la atención la cantidad de taxis rotativos que hay, calculados en unos seis mil, así como las mototaxis que no dejan de ser unos tres mil más. No podemos fiarnos de los datos, pues nadie los sabe. Las mismas autoridades han lanzado los sistemas policíacos a perseguirlos, sancionarlos y asustarlos, al extremo que puedan desesperarse y desertar. Hay tantos vehículos fantasmas que no se sabe cómo resolver lo que se ha vuelto un problema muy grave. Y lo peor de lo peor es que estos servicios cuentan con el respaldo de la gente, pues les permite resolver los obstáculos para llegar con agilidad a su destino.
Para corresponder a lo dicho en cuanto al clima cálido, Barranquilla es una ciudad gloriosamente cálida, insoportable y confortantemente cálida. Como todo tiene su lado A y su lado B, quienes van de tierras frías o templadas tienen no sólo el derecho sino la razón para quejarse. No bastan dos o tres baños diarios, ni beberse toda la variedad de jugos de frutas frescas con hielo que se encuentra casi que a cada esquina para quitarse este calor con toda la sudoración que provoca... Uf... Pero nadie puede negar que esta exhorbitante acometida de los rayos solares y los consecuentes ahogos que provocan, hace que todos estemos en algún momento a punto de quitarnos la ropa y correr velozmente para airearnos un poco. Como esto no es posible, tratamos de llevar sobre nosotros la menor cantidad de ropa posible y aligerarla hasta el límite del caso para evitar la condenable impudicia. Eso no limita que con la creatividad de los diseñadores de modas y los comerciantes de ropajes novedosos, no se pueda ir cubiertos hasta donde es posible sin dejar de mostrarse con la robustez y la gracia que también son características de la gente de tierras cálidas. He podido caminar por los alrededores del Teatro Armira de la Rosa, o por el Centro Comercial del Prado y tantas calles y carreras como tiene esta ciudad, y contemplar, por ejemplo, la transparencia y la soltura de la ropa toda mujer que camina. Así sea la colegiala, la trabajadora de un restaurante, la funcionaria o la ejecutiva de empresa. Y si a la comodidad que persiguen en sus ropas, siendo muy sinceros, agregamos que por algo más que el clima todo cuanto usan está rabiosamente ceñido a los ideales 90-60-90, y que además de tener una estatura que se hace sentir, tienen una manera de caminar como si fueran con los pies desnudos y su piel es de ese moreno pecaminoso o el trigueño seductor, podemos decir sin equivocación alguna que al clima caluroso de la teoría le corresponde un paisaje humano paradisíaco...
Como turista experimentado he tenido la previsión de llevar siempre conmigo una pequeña y muy eficiente cámara digital. Eficiente por la cantidad de megapixeles y del zoom que me asegura capturar con gran celeridad y fidelidad las escenas de este registro de imágenes que he logrado hacer sobre la tipología de la mujer colombiana que ha coincidido frente a mí, delante de mí y a mis lados, en este viaje providencial. Gracias al clima cálido de la teoría, no hay mayor sorpresa cuando se ven al visor de la cámara. Es más: hasta les agrada posar y repetir con creatividad las fotografías, y sonreír una y otra vez, cambiando de posición, para no dejar de ser ingeniosas y seductoras en su representatividad del género. En su mayoría las colombianas son muy bellas, graciosas y atractivas. Lo saben muy bien. Y con lo educadas que son, tratan que ese legado de su belleza sorprendida por la casualidad vaya con la mayor fidelidad posible en la memoria de varias gigas de nuestra discreta cámara.
Cuando comenté estos intrincados pensamientos con un experto colombiano, me regaló unas preciones muy ilustrativas. Y me dijo que, caso contrario a la naturaleza y características de la mujer bogotana o de la sierra, las costeñas tienen elementos de un valor inmenso. Y fue muy categórico en afirmarme que ha sido la herencia afrocaribeña la que les ha benefiado: de ahí viene el color, la seducción, el porte. Y yo digo para resumir el razonamiento de una vez por todas: lo que se ve y lo que no se ve...
Los contrastes del clima... Vuelvo a mi entrañable país y la primera sorpresa que encuentro como noticia nacional es un descenso muy intenso de la temperatura... Un frente frío que se prolongará varios días, agravado por fuertes corrientes de viento que han comenzado a dejar rastros de peligros, daños y tragedias... Qué misterios los del clima... Salgo del avión de COPA y comienzo a atravesar por las instalaciones del remodelado aeropuerto La Aurora, por una ruta de emigración silenciosa, bajo la frialdad y la desnudez de sus muros incoloros. La mayoría de los que vamos somos guatemaltecos y nadie se habla entre sí. Todos van acomodándose los sacos, las chumpas, los pañuelos, los abrigos, las chalinas, las gorras, los gorros, los abrigos... Pasamos la aduana sin mayores saludos y al salir al área de montarse a los carros o a los taxis, sin rumor de palabras, el sonido estruendoso es el del viento fuerte, que hace que todos los que hemos ido saliendo querramos huir pronto a nuestras casas. Para qué más saludos. Para qué cordialidades si de lo que se trata es de huir de los extraños, en este ambiente guatemalteco en que todos desconfían de todos y ante la crisis económica que nos amenaza hay que ahorrar hasta una sonrisa y un gesto cordial.
Los contrastes del clima... Desde esta serranía central guatemalteca, va mi nostalgia por las temperaturas ardientes de Barranquilla, que me permitieron contemplar miradas deslumbrantes, gestos cálidos, ademanes cordiales, caminares arrolladores, intuiciones fogozas. Es decir, todas las probabilidades de conjugar el clima ardiente con los verbos de la alegría, el entusiasmo y la pasión de vivir.
Para la timidez confesa que me regala el clima templado de este valle natal, va a caerme muy bien una dosis eventual de los fragores del Caribe colombiano...

No hay comentarios: