jueves, 12 de marzo de 2009

LOS ANTIGÜEÑOS EN CUARESMA Y SEMANA SANTA...

Atrás han quedado los días fríos de principios de año. Y sus alegorías festivas. Según el calendario cristiano, un miércoles de estos, sacerdotes y ministros de la Iglesia cumplen con el ritual de marcar nuestras frentes con una cruz. Es Miércoles de Ceniza. Y así, imbuidos de significaciones sacramentales y metafísicas, solemnes y devotos, se renueva en nosotros un cúmulo de evocaciones y de vivencias que van más allá de lo histórico y en todo caso con la sustentación de la fe. Amanecen los días más cálidos del año y en cada jornada vamos un paso más en el itinerario de la Cuaresma y en pos de la Semana Santa. Época de contrición, de recogimiento, de alborozo, de deleite, de vacaciones, de afanes, de recorridos inusuales, de énfasis espiritual, de espectacularidad... En fin, época de una vida muy intensa, la más intensa que los antigüeños vivimos a lo largo del año, en esa dimensión barroca que nos viene desde siempre, desde que este Valle de Panchoy albergara el tercer asentamiento de Santiago de Guatemala, la Capital del Reyno de Goathemala, con todo el sincretismo no sólo de tradiciones y costumbres, sino de una simbiosis con la naturaleza del entorno que hace que hoy por hoy deslumbre a quienes nos ven de lejos y por fuera. Pero..., cuál es, entonces, como antigüeños, nuestra propia concepción de esta época, cuál nuestra conciencia en todo cuanto hacemos, que tanto atrae, encanta y conmueve a cuantos nos visitan...? De lugares tan distantes? De culturas tan distantes? De credos tan distantes? Porque no hay situación que más demarque lo que concierne a nuestro ser, a nuestro espíritu y a nuestro devenir como parte de esta incomparable comunidad, frente a lo que pretende enajenarnos y dislocarnos socialmente, que esta de vernos imbuidos en pensamiento, fe y emoción a propósito de la Cuaresma y Semana Santa.
Conscientes, unos más conscientes que otros, los antigüeños somos herederos, portadores y mantenedores de un conjunto de manifestaciones que conlleva la rememoración y práctica viva de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Y luego de siglos y generaciones, vivificados cada año que transcurre, los templos abren sus puertas para sobrecogernos con las Velaciones y ver salir los piadosos y silentes Vía Crucis y las Procesiones en el esplendor de sus cortejos.
Sensibles, unos más sensibles que otros, los antigüeños experimentamos los metabolismos del barroco. Con todos los sentidos. En el devenir de la tradición inalterable, en todo momento y lugar. Nuestros ojos se bañan con la luz solar que todo lo hace resplandecer. Los colores son más intensos en la exhuberancia de todo cuanto vemos. Es por eso que plazas y jardines lucen esa floración que parece irreal. Y cuando se ausenta la luz, cuando vamos en el ambular nocturno, las sombras regalan el contraste de los altares y las procesiones, haciendo destacar la figuración y el ornamento de los artistas, muchas veces anónimos que recrean las escenas bíblicas que conmueven nuestros espíritus. Nuestros cuerpos fatigados y sudorosos bajo el sol, a la noche se refrescan con el aliento fresco de los aires que vienen de los montes y volcanes cercanos en su custodia muda. Nuestros ojos también son para contemplar esa imaginería realista de nazarenos sufridos hasta los más cruentos dolores y vírgenes sufridas hasta las más dolorosas angustias...
Y lo que oyen nuestros oídos es una nueva revelación de ese universo sonoro que nos viene en los cantos, las plegarias y las marchas sacras, marcando el compás que siguen nuestros pasos y los arrebatos de nuestra emotividad. Otro cúmulo de sensaciones nos viene al tacto. Cuánto gozan los artífices de las alfombras, cuando de sus manos brota la configuración de tantas formas y colores. Cuánto palpan, por ejemplo, los pacientes cucuruchos, más allá de sus guantes pudorosos. Cuánto palpan los devotos cuando portan sus candelas al paso de las imágenes procesionales.
Y como complemento de valor superlativo al universo visual, al universo sonoro y al universo del tacto, qué decir del uiverso del paladar... Si hay una época que conmueve el buen gusto, es este de la Cuaresma y Semana Santa, cuando la culinaria antigüeña, la más rica y delicada del país, ofrece toda la seducción en platillos y bebidas que nadie puede resistir. Esto es exquisito por salado. Lo otro por dulce. Aquello por refrescante. Y mucho más por innovador y por exótico.
Nuestra Cuaresma y Semana Santa antigüeñas nunca podrían ser lo que son sin ese lampo aromático que nos arroba dondequiera que vayamos. Es una construcción de estímulos a fuerza de lanzar al fuego sustancias vernáculas y otras que se importan de muy lejos. Convertidas en volutas diáfanas o en verdaderos torrentes de humos que saturan los amabientes, van aquellos aromas que deleitan, que subliman y se elevan llevándose suspiros, congojas o palabras sueltas de las oraciones que se escapan de los labios. Y al placer por los inciensos y las mirras, sumemos lo que nos brindan los corozos y el pino, la multiplicidad de flores, de frutos, de cortezas.
Esta es la realización plena de nuestro universo barroco. Esto es lo que vivimos con nuestro ser de antigüeños de ayer, de hoy y de siempre. No como espectadores, sino como artífices, cada quien en su rol, porque este es un patrimonio que nos viene ancestralmente y por lo mismo nos concierne y nos inspira. Conscientes y sensibles, esta época acrecienta los valores de la fe, la tradición y la costumbre. Refuerza los elementos de identidad que nos definen y por ello se eleva nuestra satisfacción de ser como somos y lo que hacemos, pues ideas y prácticas son auténticas en nosotros, desde las lejanas generaciones que nos anteceden. Si todo esto causa disfrute a los visitantes, qué bien. Somos generosos en compartir nuestro patrimonio espiritual y material. Lo que debemos proponernos siempre es profundizar en la conciencia de lo que ello significa y vivir más intensamente la dimensión sensible de todo cuanto ocurre durante este tiempo en que La Antigua Guatemala sigue siendo la capital de la fe.
Guardo silencio para dar gracias a Dios por el privilegio de vivir de nuevo una Cuaresma y Semana Santa, y hago una oración por aquellos que ya no están...

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