A estas horas de la noche, cuando una densa y monótona lluvia cae para aumentar más el sopor del desvelo, en el segundo patio de la casa hay un cadáver en la más absoluta soledad y abandono. Como casi siempre ocurre, la muerte ocurre inesperada causándonos mayor pesar por la sorpresa.
Convivir con Óscar, el Óscar como familiarmente lo llamábamos, fue para mí una satisfacción infinita. Desde que lo conocí, hace apenas unos dos años, siempre admiré en él una personalidad rotunda. Siempre se manifestó tal sentía y quería actuar, exigente como era por mantenerse distante de los demás, urgido que siempre se respetara su ámbito de acción. Era de esos seres de vida austera, reconcentrados en sí mismos, renuentes al bullicio, al parloteo y a los trajines del mundo. Por supuesto, no dejaba de ser expresivo cuando algo le incomodaba. Porque realmente su vida se circunscribía a una rutina que aunque pareciera improductiva y exasperante por su actitud aislada y poco comunicativa, era por una parte condición de su manera de vivir y condición para mantener la debida distancia con el resto del mundo. Sin duda, Óscar fue de esos personajes que se hacían notar, aunque fuera extremo su silencio y peyorativo a la hora de establecer contacto con alguien más. A él le bastaba lo que podía concentrar en su ensimismamiento imperturbable.
Esa distancia que se esforzaba por mantener ante el mundo circundante, quejoso ante todo aquello que fuera a distraerle de su permanente ocupación introspectiva, fue algo que siempre le respeté, muy a mi pesar, si bien una que otra vez lo persuadía para que fuera de otra manera, tratando muy delicadamente por llamar su atención sobre detalles de la cotidianidad que puedieran serle gratos. Pero no... Cuando le hablaba o le inducía para variar un poco de su monótona y simple vida, al menos en apariencia, se hacía respetar cuidando de no esagerar su incomodidad. Nunca le escuché expresiones discordantes o dramáticas. Para nada. Creo que seguía muy apegado al comportamiento estoico, tan antiguo como los seres de su raza.
Porque debo decir que no tenía nacionalidad guatemalteca. Había nacido en Holanda, aunque no sé exactamente en qué lugar. Ahora que reflexiono sobre lo que fue su vida, su corta vida entre nosotros, puedo suponer que era de extracción rural. Quizás estuvo en contacto con la alta teconología que nos consta sustenta y se aplica en tan pequeño cuando desarrollado país europeo. Pero no dejó de ser consecuente con la genética impuesta muy a su pesar. Se me antojaba que tenía una vida interior muy intensa. Que era a la vez muy tierno y muy apasionado. Pues si bien vino a Guatemala con un buen grupo de inmigrantes de su misma raza y en las mismas condiciones, cuando decidí brindarle hospitalidad con el más genuino sentido de pertenencia, en algún momento pensé que no podría sentirse bien solo y aislado. Fue así como una tarde, en casa de sobrinos con igual dedicación por este tipo de amistades, les propuse que una de sus huéspedes se fuera a vivir con nosotros, para que así Óscar no estuviera solo. Accedieron con mucho entusiasmo, sin saber que ese encuentro y esa convivencia iban a ser toda una historia de amor muy extraño.
Desde que Óscar conoció a la Lola, que así se llama esta amiga que hoy nos acompaña con mucho mayor pesar por la muerte de Óscar, advertí que al pobre le ocurrió lo que seguramente le ocurre a los machos cuya razón de ser es dominar, dominar y dominar, o exigir que se les consienta cuando sólo a ellos se les antoja. La Lola,toda ella con una personalidad muy femenina y con sobrada experiencia, ya que había sido madre por lo menos una vez según me enteré, un poco por ser oriunda de estas tierras y contener una sensibilidad sutil y una actitud más comunicativa con los demás, vivió una vida llena de resistencias y renuencias ante el ímpetu de este Óscar. Había que ver cómo tenía que sufrirle cuanto al elocuente macho se le alborotaban las hormonas. Era tal la persecución, que la pobre ni dormía, ni comía, ni descansaba en paz. Este Óscar, quien sabe si por su condición de holandés de talante superior, o por el talante de su frescura y energía juveniles, sólo la dejaba en paz cuando se cansaba al advertir que toda su seducción y toda su avalancha para poseerla con todo el afán de que era capaz, nunca habrían de concederle el placer, el sentimiento de posesión plena que se había impuesto desde el primer momento que ella estuvo cerca de él. No dejaba de ser tierno, a su manera, pero creo que la mayoría de las veces era muy rudo. Así era y nosotros en la familia no tuvimos más que aceptarlo. Ahora que está muerto me convenzo que fue lo mejor que pudimos hacer con él y por él. No me cabe el menor remordimiento en nada de lo que me correspondió hacer o no hacer mientras duró su convivencia con nosotros.
Al principio tuvimos algunos problemas. Como todo jovenzuelo, era impetuoso. No medía el exceso de sus manifestaciones fisicas. Destructor como todo joven que trata de conocer el mundo, para dominarlo y hacer en él lo que se le antojara. Si bien se le delimitaron sus ámbitos de circulación por la casa, creo que nunca aceptó que no debía ser destructivo. Sencillamente respondía a su naturaleza y fue fiel a ella hasta hoy, el día de su muerte. Tuvimos que limitarle sus áreas de desenvolvimiento libre. Nunca le faltaron las atenciones normales y siempre que pudimos consentirle le dimos todo aquello que le resultara agradable. Nunca le faltó el alimento y pequeños gustos que le dábamos para variarle la rutina. Sus áreas de esparcimiento siempre estuvieron bien cuidadas. La limpieza fue la mejor garantía de su salud. En tiempos de calor extremo gozaba de la ventilación y cuidábamos que su baño fuera garantía de su comodidad y bienestar. Al principio su complexión era flaca pero a medida que pasó el tiempo y las restricciones a su ir y venir por destructivo lo volvieron sedentario, este Óscar se fue volviendo un poco rechoncho. En pocos meses engordó y subió de peso. Daba gusto verle lo que se dice hermoso.
Durante toda su vida fue muy sano y lucia esa salud con un orgullo que rayaba un poco en la soberbia. Sin embargo,el año pasado tuvimos una gran pena con él. Al parecer por una infección severa, casi que de un día para otro, él ojo derecho se le convirtió en una especie de gran hematoma. Lo llevamos de inmediato donde el médico de su especialidad y se le operó de urgencia. Tenía el grave riesgo de morir, pero si bien perdió el ojo, se salvó y en poco tiempo recuperó su salud enteramente. Cómo lamenté no verle con sus dos ojos sanos. Eran de un color de ensueño. Bajo esas grandes pestañas que tenía, con su mirada austera, casi egoísta, esos ojos parecían como el reflejo de un atardecer en estas tierras primaverales. Lo quería tanto... Lo admiraba tanto...
Pese a su seriedad y su hermetismo, frecuentemente jugaba con él. Jugaba cuando lo bañaba y cuando iba viéndole cómo tomaba el sol para terminar de secarse. Y si algo era muy peculiar en él, algo que descubrí alguna vez por pura casualidad, era esa manera de quedarse recostado sobre su espalda, totalmente inmóvil, largos minutos, como si estuviera muerto... (Qué frase esta...), pero manteniendo el ritmo de su respiración. Era divertido verle así, dondequiera que le buscara un lugar para esa pose tan hierática. Cuando amigos y familiares coincidían con ese juego, realmente les causaba inquietud verle en total inmovilidad. Impasible, durante largos minutos, hasta que alguna reacción de su motricidad le hacía recuperar su posición normal.
Si algo voy a extrañar en él es esa calidad de piel que tenía y su pelambre. De una nitidez impecable. También su perfil, sus bigotes bien cuidados, su boca hecha para paladear sus alimentos que siempre fueron de la mayor calidad... Aunque siempre respeté su acendrada condición de macho, en el estricto sentido del término, debo confesar que siempre me gustó su aroma natural y no tengo empacho en confesar que me gustaba acariciarlo y sentirlo como uno puede comunicar el cariño y la simpatía por un verdadero amigo. Debo reconocer, como dije antes, que no era dado a amorosidades y arrumacos. Para él sólo la Lola existía... Quiero decir... existió...
Y ahora a todos nos toca lo de siempre: los procedimientos para su entierro y lo peor: acostumbrarnos, si se puede, a estar sin él... Para mí el Óscar este va a ser único en nuestra vida. Al menos pude verle esta mañana que me acerqué a darle los buenos días. No quise ir más allá del saludo, porque me dí cuenta que estaba en silencio como siempre. Sí me llamó la atención que respiraba un poco más intenso de lo normal, pero no quise molestarle. (No deja descendencia. La Lola nunca quiso hacedrle caso en ese sentido...) Era justamente el medio día. Salí de la casa para cumplir con una entrevista y unos mandados, y al volver, la noticia...
Estoy muy triste. No puede ser de otra manera. A él le dediqué mucho cariño y qué bueno que siempre traté de consentirlo. Hoy me deja un amigo, a su manera, y yo seguiré queriéndole, como siempre lo quise, a mi manera... Gloria a la naturaleza que me dio este Óscar por siempre inolvidable. Adiós Óscar... Adiós mi Óscar... Adiós...
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NOTAS:
El Óscar: un conejo holandés, de largas orejas caídas, color absolutamente blanco. Lo compré en la tienda de El Arca de Noé que se encuentra en la 13 Calle de la Zona 13. Le puse ese nombre porque siendo el último año de la administración del Presidente Óscar Berger, hice un juego para mí simpático. Pensé: si tenemos un Presidente que se llama Óscar y le dicen Conejo, pues yo, en un ejercicio de retruécano, al tener un Conejo quise ponerle Óscar. Y lucía muy bien su nombre..., a la inversa del Señor Ex-Presidente... Vistos los casos, a estas alturas cada quien cumplió de la mejor manera con su rol en este mundo...
La Lola: una coneja nacional, de largas orejas altas, parchada en barcino y blanco.
jueves, 21 de mayo de 2009
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