Amanecí este día con un profundo desvelo. Abrí los ojos cuando ya la luz del sol hacía resplandecer las estancias de la casa. Debía apresurarme y salir a una tempranera reunión de trabajo. Pese a la activación mental y física, los procesos sensoriales y emocionales estaban a buen resguardo en no sé qué recóndita dimensión material o inmaterial de mi ser. Salí apresurado para no llegar tarde al compromiso, confiado en que los aires de la calle y el caminar presuroso irían activando mis zonas existenciales aún adormecidas. Por lo mismo no quise recorrer en carro las pocas cuadras que distaban del lugar de la cita. Mis pasos me fueron llevando en ese poético recorrido por las calles empedradas y en el subir y bajar de las aceras.
Un saludo por aquí, un saludo por allá... Los toques de color en las ventanas floridas... Un mirar a la distancia para anticiparme a cualquier novedad de persona, situación y objeto... Realmente, consciente de vivir en una ciudad cuya rutina es la dimensión de su exquisitez natural, esa que nos hace disfrutar del silencio, el recogimiento y la viveza de nuestras percepciones pulcras y discretas.
Siempre atento al encuentro de personas conocidas en esta ciudad natal, para el gozo de la identidad y quizá de la evocación y la memoria, fui yendo por ahí sin más novedad que algunos extranjeros, de esos que ambulan en la ilusión del viaje. Experiencia que comprendo bien por mi propio ambular cuando viajo, en pos de aquellas gratificaciones que justifiquen el esfuerzo de sentirme distante e ignorado, susceptible e incansable ante todo lo que uno puede encontrar en la eterna aventura del viajar.
De pronto, al levantar la mirada tras la vuelta de una esquina, dos rostros dejan asomar una expresión atenta, con ese ánimo inconfundible de comunicar un saludo convencional aunque atento. De inmediato no logro identificar a la joven que saluda. Pero al fijar mis ojos sonámbulos en la otra mujer, con sus facciones escondidas tras su pelo en un sutil vaivén, un recóndito sobresalto hizo descorrer de inmediato mis párpados somnolientos, para fijar mis ojos en los rasgos tenues de una sonrisa apenas sugerida. La de una mujer madura que identifiqué al instante, aunque sin dejar de percibirle con algo de más o algo de menos de aquella que alguna vez fijé en la eternidad de mi memoria.
miércoles, 3 de junio de 2009
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