Expresiones comunes y corrientes. No por su naturalidad, sino por ser lamentablemente recurrentes. Cuántas veces las hemos escuchado en la vida y cuántas más nos faltan. Como digo, lamentablemente... Y es que tales frases no debieran existir, fuera de una intención poética que pudiera inspirarlas. Encontrarnos ante imágenes, hechos o situaciones que causen tal impacto y casi nos paralicen los procesos mentales para la construcción de las ideas, quizá pueda aceptar alguna justificación para tales frases. Pero eso ya es exagerar demasiado. Realmente, sin rebuscamientos psíquicos, nadie que haya aprendido a comunicarse con palabras puede decir en ningún momento que no las tiene para decir cuanto piensa o cuanto siente.
Esas frases son algo así como "emblemas" del subdesarrollo. Y quienes las dicen, a excepción, repito, de una deliberada intencionalidad poética, no son más que seres que ejemplifican con abrumadora evidencia su filiación al subdesarrollo. Por asumir como salida facilonga a la falta de una actitud responsable consigo mismo y con los demás para dar respuesta a algo que conmina. Puede ser también la repetición de un "modelo" de expresión para evadir el compromiso que implica revelar alguna opinión o testimonio respecto a algo que se nos plantea. En todo caso, puras recurrencias a vías de evasión o crasa evidencia de incosciencia o ignorancia, vocablos que no dejan de tener un parentezco inmediato, que habita a esos pobres seres que las pronuncian. Y digo pobres seres, porque las frases "no tengo palabras" o "no tengo qué decir", conllevan con total confesión ingenua carencia, pobreza, insuficiencia, limitación o inexistencia de algo que es tan elemental para un ser humano: las palabras que sirven para decir desde lo más elemental como o un "sí"o un "no", un "puedo" o "no puedo", o "quiero" o "no quiero", hasta los contenidos más abstractos, más sutiles o más sublimes.
domingo, 5 de julio de 2009
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