Ya me hacía falta respirar otros aires... Como a muchos... Al menos para los que están conscientes que es bueno respirar otros aires de vez en cuando...
Debo precisar que son las once y media de la noche, que me encuentro en Bogotá, habiendo hecho viaje desde Guatemala con escala en Panamá.
Hace mucho que no venía a este país sudamericano por el que guardo un entrañable y muy vivo sentimiento de admiración. Las veces que he estado por diferentes rumbos de esta tierra he sido muy generosamente acogido, por la actitud siempre amigable de su gente, por sus incontables lugares de interés turístico, por su desarrollo cultural y hasta por una fugaz y profunda huella sentimental...
Mi destino es Cartagena de Indias... Esa histórica y emblemática ciudad de la costa atlántica que sólo conozco por referencias de una muy bien llevada promoción turística. Desde este jueves 29 de enero y hasta el domingo 1 de febrero, será sede de un acontecimiento denominado Hay Festival. Consiste, hasta donde estoy informado, en el principal encuentro de escritores internacionales que se realiza en Latinoamérica. He visto el programa por la página de la internet y no dudo que será algo verdaderamente excepcional en mi experiencia de "vivir" la literatura. Qué decir si en el programa hay encuentros con figuras como la muy anunciada visita de Salman Rushdie... Creo que recordamos muy bien la condena a muerte que le declaró el Ayatolah Jomeini y sus fanáticos adláteres con motivo de la publicación del libro "Versos satánicos". Y estarán asimismo personalidades como Luís Sepúlveda, autor de "El viejo que leía novelas de amor", más Carmen Boullosa, Carlos Monsiváis y muchos más de gran renombre y relevancia en la producción literaria de nuestros días... Espero pasármela bien, yendo de conferencia en conferencia, de entrevista pública en entrevista pública. Al momento no he comprado ni uno solo de los boletos de entrada a cada actividad, porque, diría Juan Chapín, ese admirable personaje de nuestro José Milla Y Vidaurre, "vamos a ver primero cómo está la cosa...".
Esta es Colombia... País que ha significado en mi vida el encuentro con esa luz extraña que fue y siempre será Porfirio Barba Jacob, Gabriel García Márquez, José Asunción Silva, Guillermo Valencia y muchos más, hasta el magnífico Daniel Samper Pizano y ese lúcido y simpático exponente de la nueva generación de consagrados que es William Ospina, que hace apenas dos meses estuvo en Guatemala y con quien tuve la gratísima oportunidad de compartir en un recorrido por las ideas y las bromas mientras almorzamos en La Antigua Guatemala, en compañía del Embajador colombiano.
Esta es Colombia... Una fértil patria que me ha brindado la vivencia de Bolívar, en esa Quinta que fuera de él y hace tiempos es un Museo que guarda algo de su vida de gran héroe de luchas libertarias y de aventuras sentimentales. Como esa que ahora no puedo evitar que confiese, por la fuerza de la evocación y el pesar por la ilusión perdida... Qué rumbos los de la vida... Una vez, hace muchos años, encontrándome en Tokio camino del Templo de Asakusa, en el enrarecido ambiende de rostros pálidos y ojos rasgados, de parloteos indescifrables y quema de inciensos a las puertas de ese monumento de la fe sintoista, no pude dejar de reconocer una conversación entre dos mujeres, una joven y una vieja, que hablaban la lengua española... Qué sorpresa y qué suerte. Qué suerte porque pudimos caminar juntos, sintiéndonos unidos por una sensibilidad similar y conjeturas coincidentes en ese mundo lejano en todo sentido, respecto a la ciudadanía de dos colombianas y un antigueño. Eran madre e hija y la pasamos muy bien. Tan delicadas en el trato, tan afables y amigables. Nos despedimos sin dejar de darnos nuestras respectivas direcciones, a la espera de vernos algún día. Uno siempre hace eso aunque casi nunca cumpla con verse de nuevo, escribirse o al menos recordarse. En mi caso la promesa fue cumplida porque menos de un año después vine a Bogotá. Guardón que soy, me vine con el número de teléfono en mano de tan memorables "cachacas" y las llamé al nada más aterrizar... La anfitrionía no se hizo esperar. Al día siguiente hubo una cena familiar para darme la bienvenida. Aquello fue verdaderamente gratificante. La mesa estuvo bien servida. Desde manteles literalmente largos y pulcramente blancos, hasta un menú exquisito. Bebidas, conversación, recuerdos de aquel encuentro japonés y presentación de los invitados. Mmm... Siempre está Cupido de por medio... El que no lo sepa o no lo advierta, quizá tenga tuerto el corazón... Por ahí me pareció ver unos ojos discretos, una presencia discreta, una figura menuda... Entre el despanpanante ambiente reduje mi interés de tan encomiable bienvenida, a la dimensión precisa y enigmática de esa mujer que no pasaba de veinte años. No recuerdo ya cómo fue que nos pusimos de acuerdo para vernos durante los siguientes días. Desde la mañana siguiente fue mi mejor guía por los más importantes sitios de interés de esta hermosa capital. Conversamos de todo lo que se conversa cuando uno no se conoce y quiere conocerse. El estudio, su familia, su trabajo y esas otras pistas para saber hasta dónde es posible llegar. No fue necesario que pasara mucho tiempo de diálogo y cercanía para darme cuenta que era ella una jovencita inexperta en todo sentido. Que esperaba todo de la vida, pero tenía una alma delicada y sensitiva.
Una tarde, el día antes de mi salida del país, estuvimos de visita por la Quinta de Bolívar. El ambiente arbóreo y jardinizado, en lo que fuera y sigue siendo un ambiente campestre, nos brindó el marco bucólico para la despedida. Aparte de ver los trajes del Libertador, y sus escritos y sus proclamas y su iconografía de exaltación, y todo aquel objeto personal que retrata la vida íntima del hombre terrenal que históricamente ha llegado a la gloria. fuimos deteniéndonos por otros elementos quizá distantes de la figura del héroe, pero ligados a la vida de un país de tanto abolengo y tantas ejecutorias cívicas, dimos con una sección de documentos en exposición. Mientras recorríamos los diferentes ambientes fui incubando una idea caprichosa. Una idea que hiciera de ese encuentro con la sobrina de mi anfitriona, en ese museo único, algo inolvidable. En un momento le tomé con más dedicación sus manos pequeñas y delicadas, la acerqué hacia mí, la llevé hasta la altura de mis ojos y le dije que era hermosa, que me había enamorado de ella, que querría verla siempre, para mí... Que ante mi viaje al día siguiente, quería despedirme de una vez y que por eso deseaba que nuestra despedida fuera inolvidable. Así la llevé contra la vitrina a la que había ido acercándola, suavemente, y le dije con la mirada poderosamente fija en sus ojos, que viera esa hojas que estaban tras del vidrio. Que estuviera muy segura que le decía adiós en ese lugar y ante ese documento, como testigo de mi despedida temporal. Sí, me dijo. Sé cuál es ese documento. Sí, le repetí. Es la partitura original del Himno Nacional de Colombia. Así que no olvides nunca y hasta que vuelva a verte, que aquí te dí los más apasionados besos de este adiós... Y la sentí mía para siempre... Sentí que sería capaz de buscarla una y otra vez, hasta que fuera enteramente mía, porque creí amarla por toda mi vida... Supo corresponderme con una timidez vencida por la emoción... Los besos no pudieron durar mucho, pero a mí me parecieron una eternidad tiernamente apasionada... El Himno Nacional quedó pasos atrás a medida que nos fuimos. Apenas volví a verlo un instante, rindiéndole un tributo de simpatía por su complicidad muda.
Pasaron muchos años sin que volviera a este país. Nunca escribí a mi ilusión de aquellos besos. Nunca más supe de ella. Sólo recordé siempre las últimas palabras que le dije antes del adiós final de aquella tarde: "Nunca aceptes ni quieras a nadie. Porque siempre serás mía. Siempre...". Hoy estoy aquí de nuevo y he vuelto a encontrarla como siempre ha vivido en mí: con la imagen y la emoción de hace más de veinte años. La he encontrado con su piel virginal, esa que acaricié con timidez. La he encontrado con su voz tenue, conteniendo los atisbos de la pasión. Ha estado para mí tal como la dejé, esperándome como el único hombre de su vida. Llena de ilusión, de fidelidad y muchas ganas de vivir... No es un ser ideal... No es un espíritu ensoñador... Se llama Doris Sabogal y aquí está conmigo, como siempre estuvo y estará: como una huella sentimental que durará toda mi vida, con toda la fuerza de la evocación...
Esta es Colombia y vuelvo a caminar sus caminos...
miércoles, 28 de enero de 2009
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