Avanzamos hacia la media noche y me apresuro a cumplir con esta grata manera de cumplir con esta constancia de vida que va descorriendo ideas y emociones recónditas que logran hacerse palabra. Escribir es eso: volver palabra todo lo que uno es en un instante o, dicho de otra manera, volverse uno palabra para que cada instante trascienda. En el entendido que esa palabra es voz, como un dictado que uno escucha desde la interioridad de nuestro propio ser. Cuando escribo escucho mi voz interior y voy dejando en cada línea la imagen legible de eso que ha sido pensamiento, emoción, memoria... Visión del futuro incierto...
Vuelvo de una aldea, después de participar como jurado en uno de esos concursos para elegir a la Señorita del lugar. Las condiciones no han podido ser más inhóspitas, sobre todo si comprendemos que el programa y el entorno escénico ha sido una réplica de los modelos que acostumbramos ver por la televisión, por ejemplo. La aspiración por darle al acto una relevancia tal que consagre el reconocimiento de los atributos de la mujer joven que concursa por sus dotes de belleza física, novedad en el vestuario, elegancia y capacidad expresiva, sujeto a toda la subjetividad de un jurado calificador que nunca antes se ha visto en tal función.
He disfrutado todo lo que he visto y ha podido suceder. La población es un mínimo enclave urbano en una zona rural al pié de un volcán extinguido. El aire es frío. La noche nos baña con la sutileza del sereno. La población local desata sus entusiasmos ante el nervosismo que provoca el proceso de selección. Percibo en las candidatas y en los espectadores la suma singular de todo lo que configura su idiosincracia. El paisaje humano es verdaderamente hermoso, con su sonrisa espontánea, su exaltación contenida, su ingenuidad, sus arrebatos tímidos, sus aplausos mesurados, su estridencia circunspecta... En fin, todo lo que puede caracterizar una población que se mantiene viva en el reducto de su tradición, sus costumbres, sus maneras y sus gustos.
Habrá su drama y sus angustias. Sin duda. Habrá sus conflictos y sus penas. No hay duda. Pero no es eso lo que veo ni me interesa ver ahora. Veo la algarabía de una juventud ansiosa, y esta forma de convivencia en la que me siento inmerso me conmueve hondamente. Se aviva en mí el gozo por el comportamiento humano, en esta última vivencia del día que me deja una huella de plenitud. He dado unos besos certeros en las mejillas satinadas de las candidatas. He podido contemplar la luz virginal de su mirada, bajo el alero de una noche exquisita. Hago abstracción de la belleza femenina y evoco los años de mis primeras ilusiones. Me vuelvo nostálgico. Pienso en cuánta tersura se escapó entre mis manos. Cuánto aliento de incontables bocas se escapó sin llegar al contacto húmedo y febril.
El bullicio se extingue y abandono el lugar. Cuando regreso a casa y estoy a punto de escribir, el título de un libro se instala en mi mente y el trasunto de esa lectura vieja conecta esta última vivencia del día. Recuerdo a Fray Antonio de Guevara y no puedo dejar de remitirme a su "Menosprecio de corte y alabanza de aldea", que hoy he vivido fresca y hondamente, como cuando recorro sus líneas escritas hace cuatrocientos años...
sábado, 3 de enero de 2009
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