sábado, 24 de enero de 2009

LA NENA...

La cena de esta noche se prolongó más de la cuenta. Fue muy grato compartir, aunque resulte un poco paradójico, con un antigüeño, una chilena y tres argentinos... Por supuesto, esto último es lo paradójico, tomando en cuenta los atributos de petulancia y suficiencia maliciosamente asociados a la naturaleza de estos sudamericanos con supuestas ínfulas de europeos. El intercambio fue equitativo entre el donaire, la gracia y la inteligencia. Vuelto a casa, dispuesto a cumplir con el deseo de escribir sobre un tema que me fuera a gusto con las circunstancias de mi ser y la hora, pasé unos minutos dejándome llevar por el desgano y la ocurrencia. Los temas surgen y por lo mismo esperé. Volví la mirada sobre todo lo que ocupa esta sala donde me encuentro y nada ocasionó el interés por un tema. Pese a estar rodeados de libros de muy diversas épocas, temas y autores. Pese a encontrar en cada rincón recuerdos de viaje por los más diversos lugares que he recorrido en suerte por los cinco continentes. Ví la hora, ví el almanaque, reparé en cierta cantidad de fotos que he querido regalar y no alcanzo a llevar nunca. Quise ver dentro de mí, en mi memoria, en el recuerdo de mi sensibilidad consciente, y no surgió nada. De repente advierto un olor que me es familiar, una tibieza cerca de mis piés y un rumor que me atrae. Mmm... Reparo en su presencia, me sonrío plácidamente, la acaricio con la mirada y siento el deseo de decir algo de ella. Sí... Y de pronto me pongo a escribir, seguro que este día, sin habérmelo propuesto, ha llegado el momento de decir lo que significa la presencia de esta criatura cerca de mí, a todas horas, durante los últimos cuatro años, ocho meses y diecisiete días que llevamos de vivir juntos.
Como ocurre en toda relación que se busca, uno siempre quiere encontrar a alguien que sea compatible con uno. Que su presencia, sus hábitos y sus gustos no nos causen incomodidad. Que su capacidad de adaptación sea rápida, sin que cause ningún inconveniente con el uso de todo aquello que nos es útil en los más diversos ámbitos de la casa. Y algo sumamente complejo: que haya una sana y satisfactoria ecuación entre el gusto por la relación y el costo de las atenciones que merece nuestra compañía. Cuántos casos se dan en que alguien que viva cerca de nosotros nos resulta una carga, en el sentido que nos pesa el gasto que nos ocasiona las atenciones que se le brindan, en comparación con las compensaciones afectivas que pueda brindarnos. Parece una bajeza, pero así es. Después hay un regateo de atenciones y caricias, de objeciones al espacio disponible para su desplazamiento y una férrea e infranqueable limitación a su acceso a nosotros. Sobre todo cuando nuestra vida íntima y familiar o la convencional visita de familiares, amigos y vecinos se ve alterada por esa compañía que podremos querer mucho pero dista de tener las maneras de compartir adecuadamente, tomando en cuenta que no tiene el comportamiento ni el trato que quisiéramos que tuviera, para que no se desdiga la educación que hayamos podido darle.
El caso de nuestra compañera es, felizmente, de aquellos que bien vale la pena dedicarle unas líneas como estas. A su edad me agrada decir que reconozco el esfuerzo que ha hecho por atender con una sola palabra, una indicación que basta para que se comporte como debe. Que guarde silencio cuando es debido, que salga o entre de un espacio de la casa cuando se le precisa, que suba o baje del carro en ocasiones que salimos de paseo, y un largo etcétera. Numerosas personas que la han ido conociendo dan fe que no miento y no exagero. Mi compañera, mi compañerita, es un ejemplo de inteligencia práctica, pero también lo es de una inteligencia intuitiva. A veces no me doy cuenta que haya cometido una travesura, pero me basta ver a sus ojos para sorprenderla con cierta reticencia para corresponder a mi mirada directa y cuestionadora. Y con todo el sentido de culpa que la acusa, la veo dar la vuelta e irse caminando con un sigilo que sólo evidencia que la señorita esta ha comentido alguna falta. Hay travesuras inofensivas y hasta simpáticas, pero hay algunas destructivas, y como ocurre a todo ser viviente de la naturaleza, siempre estamos en riesgo de cometer imprudencias o equivocaciones que muchas veces creemos que no tienen consecuencias nefastas y costosas, pero sí...
No quiero decir de esta criatura lo que no es y menos decir que no tenga más valores que defectos. Esta es una criatura que sobresale por su naturaleza de calidades incuestionables. Le viene de raza, en el estricto sentido del término. Lo acreditan las referencias que hemos logrado documentar de sus padres, abuelos y bisabuelos, por los lados paternos y maternos. Su identidad está plenamente acreditada. A esto se agrega que desde que nació es sana, si bien le hemos brindado todas las atenciones médicas que sus especialistas han indicado. Hemos querido no faltar a nuestra responsabilidad en nada que tenga que ver con su alimentación, su aseo y sus relaciones dentro y fuera de la casa. Por ello todos los que la conocen le admiran su porte y sus maneras. Tratamos que se mantenga con total comodidad, sin causarle preocupaciones de ningún tipo. Cuando es de tomar el baño, es paciente. Le gusta el agua fría y espera con alegría recibir las caricias de la toalla mullida para ayudarle a quedar bien seca. A veces tomamos el sol que fortifica y tonifica, y nos sentimos muy a gusto, uno junto al otro, cruzando miradas que dicen tanto... Me encanta su pelo negro, negro, negro. Con la luz alcanza unos matices brillantes que le confieren mayor atractivo. Cuando jugamos me causa una sensación enervante, al ver que mantiene una actitud cautelosa para calcular de qué manera me sorprende. A veces no controla sus impulsos y allá va con todo su peso sobre mí, haciendo que aún entre mis brazos corramos el riesgo de caernos. Es apasionada y cariñosa, pero mantiene la calma cuando es debido. De noche, cuando dormimos, trato que se quede en su lugar y no se venga sobre mí en la cama. No es que no quiera su compañía, sino que me obstaculiza que yo pueda moverme a mis anchas, cambiando de lado, como decimos, para gustar más de la comodidad del descanso y del sueño. Por otra parte, inconsciente como es mientras duerme, no tiene control en su respiración a ratos agitada, máxime cuando alguna pesadilla le lleva hasta agitar sus manos y todo su cuerpo, provocando que me despierte más de una vez en la noche. Y qué decir de esa incontrolable y escandalosa manera de roncar. A la mañana amanezco medio desvelado, medio tullido y un poco malhumorado. Lo que salva la situación es que mis sentimientos por mi compañera son tales, que soy más que comprensivo y cariñoso, pues sé que fue por mi voluntad que vino a nuestra casa y que estamos tan acostumbrados el uno con el otro, que no tolero pensar en su ausencia. He experimentado que se vaya a la otra casa de la familia, pero no quiero que vuelva a ocurrir. A mí no me fastidia ni me aburre en ningún momento. Creo que hemos aprendido a estar juntos. Un par de ocasiones se ha ido de la casa sin que me diera cuenta y he experimentado dos situaciones muy distintas. La primera vez, siendo realmente más inmadura e inexperta, se salió de la casa y duró casi todo un día sin volver. La busqué cuanto pude pero, cansado y fastidiado de andar tras sus pasos, me encapriché en no volver a intentarlo. Es más: me dije que si ya no iba a volver a casa, pues que no volviera. Y por unas horas me hice a la idea que no volvería a verla nunca más. Quiso la suerte que en un último intento la encontrara en compañía de personas totalmente desconocidas que la detuvieron a la espera que alguien pudiera reconocerla y acompañarla de regreso a casa. Fue una verdadera suerte. Hoy lo reconozco. La segunda vez pasó no hace mucho tiempo. Esta vez, con esa relación familiar tan entrañable que confieso con humildad y lealtad a ella, de veras sufrí. Y fueron dos días fuera de la casa. Qué descuido el mío no haberme dado cuenta que se fue paso a paso hasta desaparecer. La busqué mucho más que la primera vez. Pregunté a todos los vecinos. Pregunté a todos los puestos de venta en no sé cuántas cuadras a la redonda, diciéndoles si habían visto pasar a alguien así y asá... Pregunté a los Guías de Turismo, a los Policías Municipales y hasta a los Policías del Plan Cuadrante, aunque con total desconfianza, pues estos agentes ni saben dónde están, ni saben de direcciones, ni vías, ni nombres de personas o lugares de referencia.
Con la ayuda de amigos de un taller de herrería, a una cuadra de distancia, fue que dos días después pude saber que la habían visto entrando con un par de niños a una casa cercana. De inmediato llegué a esa casa y pregunté por ella. Al oir mi voz, antes que alguien pudiera responderme, ella asomó su mirada de desesperado afecto por una ventanilla al centro de la puerta y la familia de la casa me dijo que le daba mucho gusto saber que al fin habían aparecido los suyos. Nadie vaya a creer que la regañé o le dí un mal trato. Todo lo contrario. La besé con toda mi ternura, la acaricié como algo de lo más valioso de mi vida y desde entonces la mimo y la atiendo mejor que antes.
Hay relaciones que pese a ser muy íntimas bien vale la pena confesar para dar un testimonio de buen trato para quienes tratan mal a los quienes les rodean. Esta compañera me brinda sus sentimientos de manera fiel e inagotable. Siempre está cerca de mí, complaciente y cariñosa. Está pendiente de todo cuanto hago y tan cerca de mí como se mantiene, nunca interfiere en lo que hago. Puedo decir con mucha sinceridad que comemos juntos, a veces nos bañamos juntos y hasta dormimos juntos. Nació un siete de mayo y desde ya espero ver qué regalo le doy para el cumpleaños que se avecina. Ahora mismo que voy concluyendo estas líneas que le dedico muy entrañablemente, aquí sigue conmigo, pero duerme. Se le ha hecho tarde. Es más de medianoche y no acostumbra desvelarse. Mañana será domingo y le he prometido sacarla a pasear por la Plaza Mayor. Por eso la bañé hoy. Para que se luzca en toda su hermosura. Se llama Nena y a todos les encanta. Cómo quiero a esta Labradora que me ha regalado la vida...

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