viernes, 23 de enero de 2009

SER O NO SER TURISTA...

Si hay algo apasionante en la vida, eso es la aventura. Entendida en todas sus posibilidades. Y si la razón de ser de la aventura es atreverse a todo, sin límites, una de las expresiones consagrada a través de todos los tiempos es desafiar el tiempo y el espacio. Al menos hasta el momento en lo que respecta a la realidad terráquea. Quizá nunca vayamos a ver viajeros en tropel al espacio sideral, pero por los expedicionarios que hemos visto pagar cuantiosas sumas por irse a dar una su vuelta a la Tierra, no hay duda que con el correr de las centurias el ser humano llegará a cumplir derroteros interplanetarios, quién sabe con qué motivaciones adicionales a romper con la gravedad y tener muy cerca de la vista o quizás bajo los pies suelos distantes del Sistema Solar o en la inmensidad de la Vía Láctea...
Hoy y mañana, esa actitud, esa disposición, esa aventura, siempre será reconocida como turismo y el sujeto que la emprende será llamado simplemente turista. Pero este sustantivo no corresponde a ningún fenómeno de la naturaleza humana, sino al ejercicio de la voluntad de ser y estar en otra parte, en otras partes, sujeto a la eventualidad, a condiciones diversas a la que se está acostumbrado y a experimentar situaciones de todo tipo que ponen en juego la capacidad de descubrir, conocer, disfrutar, comprender y resolver situaciones de vida en circunstancias diferentes a las habituales. Esto define, pues, la aventura como la condición sustantiva del turismo y del turista. Una novicia que discurre su proceso formativo en un claustro, por ejemplo en la ciudad de Puebla, México, y luego la trasladan a un centro similar en Lima, Perú, o Sevilla, España, no hace turismo. Casi que le da igual estar en cualquier parte, a no ser que esté de por medio la experiencia de volar unas horas entre una ciudad y la otra. Aquí no hay aventura. Aquí no hay, por lo mismo, turismo, ni la novicia es ninguna turista. En cambio, alguno de nosotros querría salir de Guatemala cuantas veces nos fuera posible, para ir a aventurar a cualquier parte del mundo, así fuera por ir a buscar trabajo y estar en mejor situación que la generalmente padecida en el ámbito territorial de nuestro país.
Sin más búsqueda de comprensión sobre la semántica de los vocablos que nos ocupan, eso de ir de aquí para allá y más allá, corresponde a la naturaleza humana y por lo mismo, aunque fuera llamado de otro modo, desde los más antiguos testimonios y registros del acontecer humano se habla de viajeros y de idas y venidas por el orbe conocido y hasta en regiones en algún momento desconocidas, supuestas o poco conocidas. Numerosos libros que registran los albores del acontecer humano hacen énfasis precisamente en la vida y destino de los viajeros. No calificar esos derroteros como turismo, porque la función humana era esencialmente diferente. En el turismo hay una búsqueda primordial por el esparcimiento. En aquellos viajeros el ímpetu era muy diferente: búsqueda de riquezas, expansión de territorios, sojuzgamiento de sociedades para el tributo, demarcación de fronteras con otros pueblos, misiones míticas o visionarias, desafío a los confines de tierras y mares conocidos, pruebas de valor humano y quién sabe cuántos ímpetus más.
Sin duda, ese carácter decidido y temerario de los viajeros consagró la aventura del viaje como una aspiración para todos aquellos que quisieran ir más allá de lo conocido. Y tampoco cabe duda que para el estatismo de la mayoría de los seres humanos, ese desafío confería una condición de seres más intensos en el vivir y por ello tal vez más admirables. En todo caso, se constituían en arquetipos para la imitación. Desde siempre, por naturaleza, ese ímpetu de ir más allá ha caracterizado a los seres humanos, si bien no todos han logrado intentar los desfíos de viajar y hasta hace relativamente muy poco tiempo, siglo y medio por mucho, el viaje ha venido a hacer parte de la vida. Algo que ha venido a favorecerlo es el desarrollo de los medios de transporte, que luego de mejorar la navegación, el surgimiento de los trenes y el auge de la aviación, no hay quien pueda decir que no tiene la oportunidad de viajar.
El turismo nace, pues, de ese deseo de ir más allá, de abrirse al mundo y llegar a cuanto lugar sea posible, disfrutando ese desplazamiento en todas sus instancias. Así nació la hoy llamada "industria turística" o "industria sin chimeneas", para corresponder a la multiplicidad de gustos y expectativas de ese mundo en constante interacción llamado turismo. Dondequiera que vamos esperamos encontrar comodidad en todo sentido. Novedad en todo momento. Bienestar y vida placentera en pocas palabras. Porque se supone que uno se desplaza para sustraerse o más bien alejarse de lo que es cotidiano y por lo mismo ya no ofrece las satisfacciones que uno quisiera. Por mucha comodidad que se tenga en casa y por los mejores servicios que se tengan a mano, todo se vuelve tedio, rutina, y de lo que se trata es romper los esquemas que aburren. Nada más motivador que encontrarse con personas que piensan y actúan de una manera diferente a la nuestra, que se alimentan y se distraen con otros gustos. Qué grato resulta recorrer lugares que cautivan con sus atractivos inusitados. Con una historia particular que es síntesis de épocas y de sucesos tan densos como la incontable vida de quienes fueron sujetos de hechos y situaciones que provocan nuestro interés. La expresión humana es tan diversa y es tan compleja la manera como cada grupo humano fue construyendo su proceso de vida, que al visitar otros países y aún regiones de nuestro propio país, nos sentimos invadidos por ese fervor por desentrañar el misterio del pasado, dondequiera que haya un testimonio o un vestigio de vida. Y el interés es también muy grande cuando nos sentimos imbuidos en el ámbito del mundo de hoy, cuando la sociedad se ha vuelto más abrumadora y por lo mismo más abundante en motivos para cautivar nuestra atención y sentir más vivas inquietudes para el viaje.
Turismo es aventura, es búsqueda de conocimiento, es ir en pos de lo desconocido, es apropiación temporal de lo que otros pueden compartir con nosotros y es memoria. Es el recaudo de todo aquello que nos deja una experiencia en contextos humanos diferentes a los nuestros, no importa cuán lejanos sean o cuánto hayamos tenido de dificultad para acceder a ellos. Turista es ese sujeto que se apresta muy conscientemente a poner en juego su capacidad de desplazarse, de abandonar por cualquier cantidad de tiempo lo que le es ordinario en el día a día donde vive y disponerse a una experiencia, mientras más intensa mejor, de vivir las instancias de vida de grupos humanos diferentes, tratando de saber y conocer todo cuanto sea posible. Ese acervo, ese recuento de lo vivido es la memoria del viajero, la memoria que ha enriquecido la vida del viajero de siempre. Cuán admirable es ese testimonio porque, finalmente, sólo el que vive puede dar su propio testimonio, irrepetible y en última instancia intrasferible.
Ser o no ser turista... Esa es la cuestión... En el mundo de hoy, ser turista es una condición de nuestro ser. Las posibilidades con las que contamos nos condicionan a la experiencia de viajar y con ello dar testimonio del mundo al que pertenecemos, desde nuestra perspectiva personal, racional, emotiva, intuitiva, de lo que ocurre a hombres y mujeres de otras partes. Nadie puede negarse la oportunidad de hacer turismo. El mundo es una realidad inmensa, pero nada impide que podamos recorrerlo con nuestro andar y la inagotable curiosidad de que estamos dotados para incursionar en lo que es y existe. Feliz viaje...

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