Cada época del año tiene sus énfasis en aspectos de la vida social de un país como el nuestro. Ahora que se avecina el inicio del ciclo lectivo, por supuesto que es noticia y motivo de interés, preocupación o crisis todo lo relacionado con los aspectos coyunturales, cualitativos y cuantitavos de la educación en general y sus particularidades, según el sector de población al que afecte. Enero ha venido a variar la atención sobre los temas cotidianos acerca de corrupción e impunidad, crimen y justicia ineficaz, falsas promesas de gobierno y la exacerbación de sensibilidades por el conflicto de intereses que siempre suscita la práctica, hegemonía y abuso del poder.
Ahora los medios de comunicación y el comentario generalizado se refiere a la problemática educativa. Una manera de concentrar la atención en un asunto eminentemente propio del país, que revela las condiciones de la realidad concreta que afecta a millones de guatemaltecos: los niños, jóvenes y adultos como educandos; los padres de familia como responsables de atender las necesidades y expectativas de sus hijos; los docentes por su rol en el proceso enseñanza-aprendizaje; las autoridades en su condición de partícipes en los procesos técnicos, administrativos y de políticas educativas. Y todos, frente a los desafíos que implica la educación como factor de desarrollo integral y sostenible del país, con todas sus instancias y consecuencias.
La realidad concreta nos dice que en Guatemala, en general, la cobertura es deficitaria cualitativa y cuantivamente. Las evidencias abundan. Todos los medios de comunicación se refieren a una situación muy compleja y sumamente crítica, por los problemas de siempre y otros que se derivan de las circunstancias actuales. En el ámbito gubernamental, miles de maestros a quienes se adeuda sus salarios; inconsistencias para determinar la fecha adecuada para el inicio de clases; proceso judicial para el máximo líder de los maestros, por incumplimiento de sus funciones docentes, y presiones de sus adláteres para garantizar su relación laboral; falta de docentes para muchos centros educativos; falta de centros educativos para numerosas comunidades; carencia de enseres, material didáctico y las mínimas condiciones para el trabajo en numerosos establecimientos; irregularidad y arbitrariedades en el cumplimiento de horarios y jornadas de trabajo; falta de profesionalización docente;
y así, incontables problemas que inciden en una alarmante pérdida de visión sobre el significado de la educación en un país como el nuestro, que finalmente ocasionan el irrespeto y desconsideración de su responsabilidad, tanto en el caso de los que estudian como el de los que auspician el estudio.
No quiero caer en el viejo recurso de volver los ojos al pasado para decir que "antes" algo o todo en la educación era mejor por a, b y zeta. Sencillamente porque no podemos juzgar con "ojos" de otro tiempo lo que ocurre ahora, ni encontrar soluciones en viejos modelos, cuando las condiciones actuales se derivan de otros factores. No podemos ser anacrónicos ni idealizar ese "antes" que, de analizarse como se debe, también reportaría a su modo mucho de lo que hoy es el conjunto de problemas que estamos considerando.
Basta observar "la naturaleza" y el comportamiento niños y jóvenes, por ejemplo, para advertir que algo ha ocurrido en las nuevas generaciones, que tienen una dinámica y una actitud que rebasa totalmente patrones educacionales de otros tiempos. Por lo mismo, la actitud y el comportamiento de los agentes de la acción educativa deben ser otros. Desde los discursos presidenciales y ministeriales, hasta el de supervisores, directores y docentes, deben ser distintos y sobre todo consecuentemente responsables con lo que vemos que ocurre en la realidad. Si algo me inquieta y me preocupa es advertir en muchos jóvenes el dedsinterés por educarse. Hay mucha vagancia y dispendio del tiempo. Es más, creo que hay una deliberada práctica improductiva del tiempo. Usos y costumbres de los jóvenes son un riesgo para su propia salud y estabilidad psíquica, con una repercusión inmediata en sus hogares y las aulas escolares. Preocupados por su vida actual en riesgo y ante un futuro incierto, los adultos debemos reflexionar con total dedicación y de manera urgente sobre el origen de los daños causados ya en ese importante sector de la población, en cuyas "manos" estará el destino del país más temprano que tarde. Si hay por ahí algún indiferente o poco precavido, le digo que basta ver la cantidad de casos de jóvenes que a diario transgreden la ley, como para tomar esta peligrosa situación en serio y alarmarse para actuar decididamente. Los jóvenes no tienen la culpa. Es el sistema de vida de nuestro país el que los ha dejado a la deriva, comenzando por padres, docentes y demás personas que no han actuado adecuadamente para salvaguardar la integridad de vida de varias generaciones de guatemaltecos. Drogadictos, asaltantes, extorsionistas, estafadores, asesinos y más, son apenas algunos de los casos, si bien graves, que se manifiestan a diario. Y qué podemos decir, cómo podemos medir y cuantificar, la cantidad de jóvenes que existen afectados en su autoestima, carentes de convicciones morales y ajenos a la sustentación de su destino, cuya apariencia no revela para nada la gravedad de la situación en la que se encuentran. Y qué podemos decir de los padres de familia, en su mayoría con bajos salarios, con inseguridad laboral, muchos de ellos con la vida desintegrada de sus hogares o viviendo en familias cuyos vínculos son la infelicidad, el descargo de culpas y la negación de toda posibilidad de vida digna... Y los docentes: esos seres que en lugar de ser verdaderos profesionales de la educación, son en su mayoría asalariados sin vocación ni opción de superación. Personas que soportan las crisis del país, al igual que muchos guatemaltecos, cuyos sueldos están por debajo de los límites establecidos por los parámetros para el desarrollo humano, muchos de los cuales por su parte también abrigan decepción, desmotivación, frustración, carentes de asistencia social para su salud, bienestar económico y mejoramiento profesional...
En el sector privado de la educación la situación cambia, pero también es difícil para estudiantes, padres de familia y docentes. Los primeros, sólo por decir algo, deben cuidarse del peligro de la extorsión, el secuestro y hasta el asesinato. Para los padres de familia, lo anterior es un cúmulo de preocupación contrario al mejor deseo de la educación para sus hijos, sin tomar en cuenta los sacrificios que deben hacer para pagar las elevadas matrículas y cuotas de colegiatura, más aquella interminable lista de gastos que condicionan el éxito de la experiencia educativa de sus hijos. En el caso de los docentes, muchos de ellos trabajando en condiciones que riñen con las leyes laborales, con bajos sueldos y responsabilidades extremas, so pena de perder la "oportunidad" de ser docente de tal o cual colegio.
En el nivel superior la problemática también es muy compleja. La universidad estatal tiene límites en todos los aspectos, si relacionamos la disponibilidad financiera y presupuestaria frente a la masiva demanda, con todo y el déficit que se le reclama para cumplir mínimamente su lema de "Id y enseñad a todos"... Más su "connatural" conflictividad política... En el sector privado las circunstancias son otras, pero de igual manera hacen parte de la crisis: los procesos de aceptación de estudiantes marginan a los aspirantes incompetentes o a los que no pueden pagar matrículas exhorbitantes para la mayoría de hogares guatemaltecos. Puede haber garantía en la calidad académica, pero esta es uno más de los privilegios de las clases económicamente solventes. Sus graduados hasta tienen la garantía de obtener empleos sin mayor dificultad.
Hoy no estoy pesimista. Sólo quiero decir lo que pienso de la situación educativa, cuando en pocos días vamos a emprender un nuevo desafío, sin entusiasmo alguno por lo que pueda ocurrir. En todo lo anterior no he dicho, por ejemplo, cuántos niños y jóvenes no podrán ir a clases. Cuántos estudiantes deberán dejar de estudiar, tal vez para siempre, porque su prioridad es trabajar. Cuántos maestros perderán sus puestos. Cuántos padres de familia deberán concentrar sus recursos más el alimento y quizá la salud, que para la educación... Cuántos profesionales no tendrán oportunidad de hacer valer su calidad personal por sus estudios y verán frustradas sus expectativas académicas y laborales...
Después de todo esto, cómo pensar en nuestro desarrollo nacional... Cómo pretender rivalizar y posicionarnos en tantos campos del saber y la producción de bienes y servicios, tanto nacional como internacionalmente, si nuestra materia prima ha sido mal atendida... Y pensar que en niños, jóvenes y adultos siempre ha habido una luz de esperanza por alcanzar una vida mejor a través del estudio o como resultado de
lograr metas de superación por la educación.
Varias veces he dicho que el mayor despilfarro nacional no está en el mal uso, abuso o corrupción de los recursos materiales del país. Ni siquiera en las arcas nacionales. El mayor despilfarro está en el desaprovechamiento del potencial humano con que contamos, cuya pérdida ostensible la vemos día a día... Así... ¿A dónde llegaremos los guatemaltecos de hoy...? ¿Y qué será del futuro de las futuras generaciones...? No. No estamos asumiendo la situación con la objetividad y la urgencia que corresponde. Aún así... ¿Puede tolerarse aún que haya lucro con la educación? ¿Que algún funcionario en cualquier institución educativa corrompa los procesos en el manejo de los recursos? ¿Podemos creer en alquien que diga que estamos mejor que antes y que el futuro puede ser aún mejor...?
sábado, 10 de enero de 2009
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