Aparte de saberlo simbólico, emblemático y carismático, la vida del Rey de España, Don Juan Carlos de Borbón, nada tiene que ver con la mía. Una sola vez le he dado la mano personalmente y nada más. Hoy lo recuerdo porque es la fecha de su cumpleaños, a cuya celebración tiene pleno derecho. Seguramente en alguno de los discursos del día habrá hecho el recuento desde que Francisco Franco dispusiera que con él se restituyera la monarquía española, el significado de la vuelta a la democracia y los desafíos del futuro incierto. El tema de la economía que ahora aturde a medio mundo. Sin duda se habrá referido a fechas, a sucesos y a plazos, tal la manera como hoy por hoy la generalidad de seres humanos hacen el resumen de su existencia.
Nadie escapa a esa fórmula de vivir a plazos. Sin darse cuenta que esa es una lamentable manera de vivir la vida. En las conversaciones cotidianas encuentro suficientes testimonios. Para Navidad tal cosa. Para el Año Nuevo tal otra. Para Semana Santa... Para cuando tenga quince años... Para cuando me gradúe... Para cuando me case... Para cuando tenga mi primer hijo... Para cuando vaya a tal parte... Para cuando me jubile... Y... Y para cuando se muera...?
Por supuesto, el problema no son los plazos. Esa es una simple forma de medir etapas de vida. Muchos la confunden con el recurso práctico o esquemático de establecer metas. De ese equívoco se deriva que los seres humanos pierdan conciencia de lo que significa, sin poesía, el fluir del tiempo. El discurrir de las horas, ´los días, los meses y los años. Como instancias de vida en las que el hilo de continuidad va más allá de cualquier plazo. La vida es una secuencia en la que ocurre lo previsible y lo imprevisible. Lo real imaginado y la más sorprendente ensoñación. A estas alturas del devenir del mundo a ningún ser humano puede extrañarle los acontecimientos más inusitados que se presentan en vidas particulares o a grupos humanos. Lo único que cada ser humano ignora es lo que en particular le corresponderá vivir. Hay vidas en las que nunca hubo nada trágico. Hay otras en que la sencillez y la ignorancia fueron lo normal. En muchas, la opulencia. En un número relativamente escaso la lucidez y la espiritualidad. Es asunto de someterse a la prueba de existir y ver cómo nos va. La experiencia de la vida tiene mucho de azar, hasta que no sepamos cómo auscultar el futuro sin equivocación. Realmente no creo en los horóscopos, en la lectura de cartas ni nada que se le parezca.
Vivir a plazos es una condenación. Es atenerse a la eventualidad, aunque no lo parezca. Qué asegura cumplir con lo autoimpuesto. Ni la vida misma es segura. A cuántos jóvenes soñadores hemos visto sucumbir en sus primeros años de conciencia. A cuántos hemos visto renunciar a metas implacables.
Vivir a plazos es perder, quizá, lo más hermoso de la vida que es el encanto de vivir. Creo conveniente plantearse expectativas y esforzarse y hasta luchar por alcanzarlas. Pero sin sufrimiento, sin dolor. De qué sirve alcanzar algo que nos hemos propuesto si ello ha significado sacrificios tan costosos como la paz interior y la armonía con lo que nos rodea, el gusto por lo sencillo y lo espontáneo.
Vivir a plazos es no experimentar la riqueza de lo cotidiano y lo inmediato. Lo contemplativo y seductor. Yo no cambiaría ningún diplomado en lectura rápìda por el goce de pasar página por página de un libro inmerso en la emoción de un relato o el proceso del pensamiento que va resolviéndose en un ensayo. Para nada querría lanzarme en una aventura empresarial por el solo hecho de acumular riqueza y ostentar un nombre "respetable" si en la euforia del éxito progresivo he ido transgrediendo los valores de otros seres y hasta su propia dignidad.
Nada puede resultar más confortante que vivir como seres concientes y sensibles, a todo lo que pasa en el mundo que nos ha correspondido vivir, atentos a nuestra voz interior, susceptibles a lo que nos brinda la naturaleza del entorno y a la naturaleza de otros seres como nosotros. Qué honda satisfacción vivir con inteligencia. Capaces de percibir, de intuir, de soñar, en tanto los plazos van llegando sin compulsión alguna. Y entonces también gozar la conquista de las metas.
El arte de vivir hoy por hoy resulta saber aprovechar lo que la vorágine del mundo nos brinda y poder sustraernos a tiempo para reconciliarnos con nosotros mismos, con los que queremos y nos quieren y ambular de sorpresa en sorpresa por todo aquello que no responde a un plan. Volvamos a lo espontáneo y a lo natural. Y seamos consecuentes con lo que la vida nos ofrece a cada paso y a cada instante. No por ver una estrella promisoria en el cielo vamos a caer por el más nimio tropiezo en el suelo.
Podemos ponerle plazos al destino...?
lunes, 5 de enero de 2009
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