miércoles, 7 de enero de 2009

YA VIENEN LAS CLASES...

Todos los meses del año tienen su atractivo, su interés, su preocupación y su amenaza. En pocas palabras, una complejidad tal, que si para alguno de nosotros un mes determinado nos resulta propicio, para otros puede ser una calamidad. No se trata de horóscopos ni de actitudes pesimistas. Sencillamente entran en juego situaciones y circunstancias en las que tiene y no tiene que ver la voluntad humana, directa o indirecta, los procesos naturales y hasta los sucesos del cosmos.
Todo depende de la capacidad de percepción que tengamos por todo cuanto ocurre y luego podamos razonar causas y efectos, hasta concluir acerca del por qué de las cosas y lo que acontece y nos afecta. Feliz o desdichadamente no todos tenemos iguales capacidades, o, al menos, el interés por ser más conscientes del acontecer del mundo y la sociedad en que vivimos, para luego actuar como corresponde.
A falta de precisión en la secuencia de las estaciones del año, nos hemos quedado en mejor reconocer que en Guatemala hay dos épocas: la seca y la lluviosa. Por la úbicación de nuestro país en las coordenadas de la latitud de la tierra, las lluvias van de mayo a octubre y la temporada seca el resto de meses. Entre noviembre y febrero el frío se intensifica y los meses de marzo y abril nos hacen padecer el calor extenueante. Hay variaciones con las que muchas veces coincide el Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Metereología e Hidrología -INSIVUMEh-, pero la secuencia de estas etapas anuales se mantiene con regularidad.
Cada mes incide en el comportamiento de los guatemaltecos de modo casi automático. Cuando se supone que va a llover, allá vamos todos con sombrillas, botas de hule, capas y paraguas, aunque no llueva. Es que "puede llover...". Cuando se supone que habrá frío en exceso, nadie deja de cargar con ropa gruesa, entre la que destacan abrigos, gorras y bufandas... Pero resulta que el INSIVUMEH falla y conforme avanzan las horas del día estamos sudando a chorros por todas partes. A las condiciones o veleidades del clima, la temperatura y demás efectos naturales, no dejemos de relacionar que todos tenemos ocupaciones y compromisos con los que identificamos cada mes del año. Es así que varían nuestra conducta, nuestros hábitos y los códigos de relación entre personas y el entorno.
Durante noviembre y diciembre resplandece la luz del sol. Han pasado recientemente las lluvias y todo luce verde y fresco. Agrada el fluir de los aires, siempre y cuando no provoquen algún desastre. Es la época de las vacaciones de estudio en todos los niveles de la educación y la antesala de los festejos navideños y de fin de año. Hay una liberación de la carga estudiantil y la disciplina se aligera. Es cosa de levantarse tarde, de jugar, vagabundear y "matar el tiempo", sin remordimiento alguno por hacer el mínimo esfuerzo en todo lo que se haga, olvidando que la norma inteligente que dictan los especialistas para una vida satisfactoria y llena de reaizaciones enriquecedoras es "hacer uso constructivo del tiempo libre...".
Termina el año y viene enero. Atrás quedaron la euforia, los derroches y los propósitos a que nos sujeta el fin de un año y el advenimiento de otro. Comienza el arrepetimiento inconfeso de gastar más de la cuenta y hasta endeudarse, con tal de estar a tono con los parámetros de lo que significa la "alegría de la Navidad", con sus regalos y celebraciones, así como el festejo por el Año Nuevo que se avecina. Enero es triste y apremiante para muchos. Cuánto se han endeudado. Y todos los gastos sólo permitieron un disfrute fugaz, alentar una emotividad convencional y fantasear con condiciones de vida que son un verdadero contraste con la vida cotidiana saturada de ansiedad, insatisfacción y propósitos fallidos.
Con el mes de enero se vienen las clases... Esto quiere decir el apremiante compromiso de atender el costo de inscripción para los educandos, las compras de todos los "materiales de estudio", y una serie de ineludibles preparativos: los uniformes - si es el caso-, el transporte escolar, y un largo etcétera. Para unos gastos y más gastos. Para otros la sujeción a un calendario y horarios que limitan la vagancia y obligan a asumir la responsabilidad de aprovechar el tiempo para "ganar" un nuevo año. Sin pesimismo ni generalizaciones obcecadas, la población educativa actual -estudiantes, directores de colegios, maestros, funcionarios, padres de familia y demás...-, han vulnerado el valor de la educación como factor de desarrollo humano. Se ha considerado el ciclo lectivo como el cumplimiento de un compromiso, sin cosiderar que el proceso educativo debe propender a hacer de cada individuo un ser plenamente consciente y sensible, apto para su autosostenimiento por la vía laboral y útil al servicio de la sociedad a la que pertenece.
Serán pocas las excepciones de quienes en el sistema educativo nacional, desde que se inician sus labores, piensan en los feriados que se vienen y cuándo volverán las vacaciones.
Estos días se inicia esa cuesta arriba para todos, pues de existir un aliento de gozo por el estudio, nadie sentiría el desestímulo que a cada poco le afecta. Ya vienen las clases y se acabó el jolgorio. El gozo por el estudio y el cultivo del conocimiento se fugó de la mayoría de aulas hace mucho tiempo. La mística del docente se reconoce con excepción. Campea la incapacidad pedagógica de los docentes, el desentimiento de muchos padres de famlia que evaden compartir de manera corresponsable con el docente el estudio de sus hijos. Para unos se trata de "ganar las clases y los títulos" sin los méritos académicos del caso y para otros se trata de delegar o evadir funciones educativas, en el caso de padres de familia, y en otros, para el caso de los docentes, cumplir con el mínimo esfuerzo su responsabilidad de "construir" una sociedad sana, satisfecha y productiva.
Ya vienen las clases y el comercio despliega todos sus mecanismos de ofertas y servicios. Ojalá que cada año para alentar una motivación... Las aulas estudiantiles no son áreas para el sometimiento de tortura. Son para el disfrute del saber que sedimanenta la vida humana de manera sutil y constante. Tareas, y exámenes, y toda una maraña que corrompe el sistema educativo nacional...
Termino comentando mi fe en que esa errónea concepción y práctica de la educación desaparezca, debidamente corregida y actualizada. Cómo recuerdo ahora esa anédota que tuvo lugar en un curso de Pedagogía durante los primeros años de mis estudios universitarios. Aquel principio de clases nos encontrábamos en un aula gran número los bulliciosos estudiantes prestos a conocer al catedrático del curso y saber "qué onda..." El catedrático llegó discretamente con unos documentos en sus manos, se paró ante el grupo y se presentó tan modesto como era. Yo lo reconocí de inmediato, pero la mayoría seguía sus conversaciones ajenos a la presencia del catedrático. Este comenzó a dar las explicaciones del curso y luego entregó uno a uno el programa del curso. Terminada esta distribución, mientras hacía las acotaciones explicativas correspondientes, el grupo de estudiantes fue cediendo al silencio y a cierta atención que iba cautivando el catedrático. Lo más sorprendente estaba por ocurrir. En un momento dijo: "Queridos alumnos...: su catedrático va a tener el gusto de tener a su cargo el curso tal... Ahora que iniciamos las clases quiero decirles dos cosas: la primera, que no vamos a tener exámenes"... La atención fue absoluta. Quien no estaba seguro de lo que escuchaba, preguntó a su alrededor. Estaban pendientes con incredulidad... "La segunda cosa que quiero decirles es que todos van a ganar..." Ninguno parecía estar convencido que lo que el catedrático decía fuera a ser cierto... Sin embargo, dada la formalidad y dedicación como se dirigió a nosotros en todo momento, no cabía duda que estábamos ante un hecho inusitado... Pasó el tiempo, nadie faltó a clases, no hubo exámenes y todos ganamos... El humanismo de ese docente doblegó cualquier indisciplina y sostuvo su presencia con la sabiduría con la que sabía tratar a cada uno de nosotros que lo buscaba. Siempre tan gentil, tan atento, tan bonancible... Su palabra suave seducía y no había expresión que no contuviera una enseñanza inolvidable.
Yo sabía quién era esa personalidad desde antes que se presentara en el salón universitario para constituirse en nuestro docente. Murió hace años pero sigue siendo para mí un personaje que guardo con agradecimiento, afecto y admiración. Él fue Ministro de Educación durante la renovadora administración del Doctor Juan José Arévalo Bermejo, y artífice del desarrollo educativo alcanzado en Guatemala, sin que nunca más en nuestra historia reciente haya llegado a donde llegó. Este personaje es el Doctor Raúl Osegueda Palala...
Ya vienen las clases, y ojalá que la vida estudiantil guatemalteca pueda recuperar la dignidad como la que concibieron y sustentaron esos dos grandes pedagogos.

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