Esta tarde tuve en mis brazos una criatura de apenas cinco meses de nacida. Una nena menuda y sonriente. Apenas la alcé sobre mis hombros y la mínima sensación de sostenerle muy brevemente bastó para que en el transcurso de las horas que han pasado desde que dejé de verla, sienta la emoción de su naturaleza leve, delicada y frágil. Muchas veces lo convencional del trato durante una visita, por familiar que sea, no deja más que noticias y comentarios. Unos buenos y otros quién sabe. Lo cierto es que cuando uno quiere, hay que hacer la prueba, toda instancia de vida puede permitirnos una reflexión edificante. Y eso es lo que produjo en mí, con tanta profundidad, este contacto entre un ser que inicia el ejercicio de su vitalidad, el de ella, y otro que pretende ser cada vez más consciente y más sensible, el mío, mientras el tiempo lo permita...
Y pienso: qué puede haber en común entre nuestros dos seres... Apenas unos genes... Probablemente algún rasgo físico, sujeto a su definición definitiva... Como su lenguaje gestual y el de las palabras, por ejemplo, para los que falta un proceso que puede llevar mucho tiempo todavía... Qué más puede haber en común... No sé... Creo que resultan más ostensibles las diferencias. Y la primera, absolutamente innegable: la edad. La edad...
Y vuelvo a la escena de mi encuentro con esta criatura y advierto que yo, de esa edad, no guardo el mínimo recuerdo. Tuvieron que pasar algunos años para que retuviera alguna emoción, alguna imagen... De manera que de este encuentro, si no dejo este testimonio, en ella no quedará nada. Y será cosa que con su edad, quizá ella comprenda y tal vez alguien le ayude a suponer cómo fue la escena que ahora revivo mentalmente. Quizá para entonces yo ya no exista. Es un asunto de edad... Del paso del tiempo...
Eso es: la edad es la suma del paso del tiempo... Siempre que haya consciencia, capacidad de evocación, análisis de los hechos, manera de decir con palabras lo que fue y nunca más será...
Eso de la edad es un tema sumamente viejo. Pero actual y preocupante. Para todos. Cuántas veces se sorprende uno al saber de muchos jóvenes que quisieran ser mayores, con mayor edad, es decir más viejos, aunque dicho de este modo no les guste. Y cuántos casos hay, muchísimos más, en que los viejos quieren ser más jóvenes. Contrariamente, tener menos edad. Y no es posible. No es posible... Eso de la edad es un tema muy complejo. La historia se estratifica por Edades: la de Hierro, la de Bronce, etcétera. La Constitución Política de los Estados establece derechos y obligaciones según la edad. Y no en todos los países corresponde al mismo número de años cumplidos. Los años que dura cada etapa en la vida de una persona tampoco es igual en muchos países. La edad de la niñez dura en unos más tiempo que en otros. Y la juventud también. Puede uno imaginar que en Francia la juventud termina a los 38 años... si no mal recuerdo... Y en el Japón, con la proverbial longevidad de que es famoso, cuándo alguien comienza la edad de la vejez...? A los setenta o a los ochenta...? Y pensar que en muchos países subdesarrollados las personas no llegan a los cincuenta y ya se les dice viejos... y lo parecen de arruinados que están.
Podemos decir que la edad es algo relativo, más allá de normativas y acuerdos legales. También podemos decir que es una cuestión de criterio según la tradición de los pueblos. Puede ser, por otra parte, un asunto de juicio o prejuicio. Hay sociedades en las que a más años mayor prestigio y respeto. Por el contrario, hay otras como la nuestra en las que los años descalifican a las personas, degradan sus capacidades y se les destina a la jubilación, a la inutilidad y al abandono. Casi que a la espera de un final que les redima de su vulnerabilidad llevada al extremo. Cuántos casos se saben de personas que han sido llevadas con sus achaques y sus sentimientos lastimados al hacinamiento indecoroso y deprimente de asilos que no son sino antesalas de la muerte.
Eso de la edad tiene apreciaciones desconcertantes. Mientras un niño ha tenido el privilegio de nacer en un hogar con comodidad y holgura, sus primeros años son de mimos, primores y esperanzas. Tiene aseguradas las atenciones para su salud, su diversión y hasta la matrícula de sus años de estudio. Su vida es todo gracia y celebraciones. Cuántos niños hay, sin embargo, que contrariamente nacieron al margen de toda alegría y seguridad, carentes de lo elemental: alimento, afecto y la certeza de seguir con vida. Con la edad, no es seguro
lunes, 16 de febrero de 2009
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