miércoles, 4 de febrero de 2009

HE VUELTO DE MACONDO...

Fueron tres toques nada más... Diría que suaves, sin ánimo de perturbar el sueño... Creí escucharlos y por eso me pareció que debía abrir los ojos... Despertarme... Apenas alcancé a decir con vos pastosa, como no podía ser de otra manera, "Gracias... Gracias...".
Había sido Don Carlos, a quien dije anoche que a las ocho en punto tocara la puerta de mi habitación. Sus toques no fueron exactos. Los dio a las ocho y trece minutos y esa hora fue la que aceleró mi despertar. Encontrándome en Macondo, una hora así no era la mejor para amanecer un nuevo día. Pudieron ser las ocho de la mañana, las siete o las seis... Pero esos trece minutos... Esos trece minutos para nada me agradaron... Debió haber tocado la puerta a las ocho en punto. Debió haber cumplido con absoluta exactitud la hora que acordamos desde anoche. Es decir, con sobrada anticipación para que tomara sus previsiones y no fallar... Si se hubiera retrasado no hubiera importado. Que hubieran pasado uno, dos, cinco o diez minutos, no me habría amanecer tan sobresaltado como con ese preciso trece... En fin, para neutralizar de alguna manera esa hora de un augurio imprevisible, opté por seguir durmiendo o hacerme el dormido, para que al volver a abrir los ojos fuera otra hora la que apareciera en el reloj y, habiendo olvidado la anterior combinación de números, dar por bien recibida la nueva hora...
Así fue... Creí que mi fórmula era la correcta y a eso de las nueve y media de la mañana volví a despertarme. Pero no fue porque sonara de nuevo la puerta o que yo hubiera activado la alarma del reloj. Como hubiera dicho Papá: "Qué esperanzas...". En un momento de mi somnolencia, me pareció escuchar gritos, arengas, pitazos, exclamaciones, pasos agitados, arrastrar de pies, órdenes para ser prontamente cumplidas... Fui despabilándome de nuevo y sin abrir los ojos, sólo para concentrar mi atención a través del oído, y tratar de inferir de dónde podría provenir esa inarmónica conjunción de voces y sonidos discordantes... Por un momento me pareció que no estaba despierto. Que toda esa bulla era un sueño. Un sueño que ahora me hacía sentir un sobresalto inquietante, temeroso... Aquello subió de volumen. Toda esa turbamulta me parecía que estaba dentro de mi cerebro o de la habitación del hotel donde me encontraba. Nunca había dormido aquí, en Macondo. No sabía cómo se despertaría uno después de la primera noche de sueño. No sabía qué debía hacer al abrir los ojos de la conciencia y los ojos que guardan mis pupilas. Aquel fárrago subió casi hasta el escándalo y no pude sino convencerme que lo que escuchaba era algo que pertenecía a la realidad y me dí por despierto. Un poco asustado, en medio de aquella habitación que a esa hora estaba inundada de un sopor ya insoportable, tiré por un lado la delgadísima sábana de algodón que me cubría menos de la mitad del cuerpo, me senté en la cama y traté de ubicar de dónde venía tanto alboroto. Me puse los anteojos. Siempre he creído que para oír bien debo tener bien puestos los anteojos. Ví que atrás, a un lado de la cabecera de la cama estaba la puerta de entrada al minúsculo baño, y que en las paredes de este pequeño espacio, donde sólo podían caber un pequeño lavamanos, un inodoro muy sencillo y un gran tonel de plástico sobre el área para la ducha, se abrían dos pequeñas ventanas que se abrían a la luz exterior del día, teniendo a los pies la enramada de unos arbustos muy verdes. Exactamente... Era de ese espacio exterior de donde venía la algazara. Pero ese espacio exterior daba a la calle y me fui dando cuenta que entre los ramajes verdes y más allá, había una calle y que en la calle se concentraba una cantidad de gente. Por los espacios que me permitía ver el ramaje fui identificando brazos, cabezas, piernas, rótulos, pantalones, manos que se agitaban, y todo en movimiento. A medida que fui construyendo las imágenes, cada una con sus respectivos pies y manos y piernas y cabezas, advertí que era una sucesión de personas las que iba en una misma dirección y, como pude, leí algunos trozos de los carteles y pude ir deletreando algunas palabras que reconocí poco a poco: agua... servicio... no... alcalde... esperamos... cansados... urge... Todo esto me hubiera parecido inexplicable, sobre todo encontrándome en Macondo, pero la solución me fue llegando de manera complementaria por lo que iba escuchando... Era una voz insistente, más potenten por el megáfono que llevaría en sus manos y que nunca pude ver... Era la voz de un agitador... De un agitador convencido de lo que arengaba, tomando en cuenta que aquella informe fluencia de personas iba por donde la voz indicaba... Ví uniformes... Luego comprendí que eran escolares... Ví personas con sombrillas... Mujeres... Hombres... El sol estaba en un momento feroz, con toda su luz y toda la intensidad de su calor... Mis ojos se adecuaron a ese momento, al igual que mi oído, y fue sólo hasta entonces que comprendí lo que sucedía en la realidad de este rincón del mundo... Era una manifestación de la gente de Macondo por la ausencia de agua, colmada su gente por largo tiempo de no contar con el servicio que merecen y cansados de no contar con las promesas cumplidas...
En Macondo también hay manifestaciones... y hasta hubieran podido contar con mi participación, porque desde anoche estoy padeciendo la incomodidad de no ver salir agua por el grifo del lavamanos. Y desde ayer he tenido que sacar el agua del tonel con una pequeña palangana, para lavarme las manos, para lavarme los dientes, para bañarme... El costo del hotel es el mismo, pero a medida que me he ido acabando el agua del tonel, debo agacharme más y más. Me parece que esto no está a la altura de un turista. No sé por qué tenga que inclinarme cada vez más para sacar el agua del tonel, a medida que se va acabando y acabando...
Pasé por la incomodidad del baño y al salir a la calle fui preguntando por dónde iba la manifestación. Adónde había ido a parar esa cantidad de gente que ví pasar bajo mis ventanas, si al edificio municipal u otro lugar donde pudieran fulminar a alguien con sus exigencias, no sólo por lo caldeado de sus exaltados requerimientos, sino por lo caldeado de la hora... Nadie pudo decirme qué pasó. Nadie se tomó el cuidado de atender en serio mis reiteradas preguntas. Por mi parte, ante esa actitud desinteresada y hasta displicente, opté por ocuparme de mis cosas. Llamar por teléfono la familia y cambiar unos dólares para pagar el desayuno y el hotel. Debía irme de Macondo para llegar a Barranquilla, donde soñaba con encontrar a Shakira... Lo digo en serio... En esa otra ciudad para mí desconocida, donde tenía una cita con mi destino incierto, tambíen debíamos coincidir la espléndida mujer que canta y baila y hasta Álvaro Uribe, Presidente de Colombia...
Ahora que he vuelto de Macondo puedo decir qué pasó...

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