martes, 10 de febrero de 2009

NO ME GUSTA DAR CONSEJOS...

Dos de los grandes privilegios humanos son pensar y comunicarse... Por eso es que gozo tanto la conversación. La prefiero, por supuesto, inteligente y graciosa, pero el ejercicio del respeto, la tolerancia y atención debida a toda persona, también me hace disfrutar lo que dicen los demás. Ahí encuentro referencias de una historia distinta a la mía, puntos de vista diferentes y una revelación de elementos culturales que caracterizan y definen el origen, la procedencia y el devenir vital de las personas con quienes comparto.
Precisamente es en toda conversación, por inesperada, fugaz o convencional que sea, donde surge esa inimaginable cantidad de posibilidades de intercambio, según las circunstancias del encuentro. Me encantan los saludos, con toda su carga emotiva e indicativa de las condiciones de la relación entre las gentes y el estado de ánimo del momento: a veces es una palabra certera para expresar la contundencia de la sorpresa o el afecto. A veces hay una definición meticulosa del valor del contacto o una referencia que desata las palabras: la última vez que uno se vio, el comentario de un familiar o conocido, un asunto pendiente, una broma cualquiera y un sinfín de posibilidades que dan curso a la conversación.
Hay noticias tristes y preocupantes, pero resulta simpático el comentario sobre alguien o una situación ocurrida a alguien. Nadie puede negar lo sabroso de los chismes, pero hay que estar persuadidos que así como uno se entera de los demás, los otros también se ocupan de uno. Por eso es que tratamos de pasar inadvertidos o, al menos, que las situaciones ingratas o desagradables que nos suceden no lleguen a oídos y lenguas de los demás. Creo que en esto también estamos muy de acuerdo.
Pues, entre tanto que uno platica, no se escapa la posibilidad de dar consejos. Si pudiéramos hacer una encuesta al respecto, nos daríamos cuenta que entre dos que conversan, ninguno pierde ocasión de darse consejos. No sólo funciona el gesto generoso o la gana de decir algo propositivo o aleccionador, sino el deseo, en el mejor de los casos, de establecer una actitud relevante frente al interlocutor. Todo depende del tipo de relación que se tenga. En los ámbitos familiares esto es insoportable. La persona mayor, o quien ostenta la autoridad, sea abuelo o abuela, padre, madre, tío, tía, hermano, cuñado, cuñada, padrino, la muchacha de la casa y hasta la suegra, cada uno a su modo y cuando se le ocurre, no hay manera de contener los consejos sobre lo que se debe hacer, con el cómo, dónde y cuándo, por supuesto.
Cuántas veces he tenido que soportar consejos inoportunos... Por venir de donde vienen, por estar fuera de lógica y, sobre todo, por no corresponder a la dimensión de vida que a uno interesa. Esto creo que ha sido lo más determinante para que afirmar que no me gusta dar consejos.
Después de tanta experiencia, la mayoría de veces un tanto incómoda, he pensado la manera de asumir por mi parte qué hacer en las ocasiones que a mí me ha ido tocando cumplir ese rol de dar un pretendido consejo. Porque hay que decir que está tan consagrado ese elemento de la comunicación, que los seres condicionados a una relación de dependencia o sujeción, dígase hijos,nietos, nueras, yernos, ahijados y demás almas pertenecientes al limbo de los afectos por confirmar, siempre están a la paciente espera que los demás se entrometan en sus vidas con los tales consejos que deben ser escuchados, atendidos y cumplidos so pena de vivir más refundidos en el mencionado limbo.

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