La época prende en nosotros la evocación y se iluminan en la memoria hechos, nombres y situaciones de toda índole, como parte de nuestra existencia, como testimonio de tiempos idos, algunos más lejanos que otros, pero en todo caso testimonios fidedignos de nuestro paso por la vida y lo que en este caso ha sido la Cuaresma en nuestra vida. Lo fascinante del recuerdo es esa posibilidad de compartir con alguien más, en tiempo y lugar diferentes, lo que nos ocurrió alguna vez y resulta absolutamente intransferible sino es por el poder mismo de la evocación y la capacidad que tengamos de poner en común esos retazos de vida reconocidos como anécdota. He aquí, pues, surgidos de manera espontánea, sucesos que podemos clasificar dentro Del Anecdotario Cuaresmal...
1. SEMANA SANTA...
Un nombre propio. Pero no ese que denomina el tiempo culminante de la Vida, Pasión y Muerte de Jesucristo. No, no, no... Es el nombre propio de una persona que se llamó en vida Rubén Darío Flores. Pero a quien nadie, excepto su familia, según puedo suponer, llamaba así: Rubén... Yo lo conocí y siempre supe que se llamaba Semana Santa... Durante todo el año. Era el personaje que ostentaba en La Antigua Guatemala, nuestra Ilustre Ciudad Natal, nombre tan extraño y sin embargo tan familiar para los antigüeños. Decir "Ahí va o ahí viene Semana Santa", era referirnos a Rubén Darío Flores.
Este era un hombre nacido en el seno de una familia muy conocida. Su hermana, Doña Tití Flores de Rendón continúa viviendo en su casa de siempre, casa donde también vivió Semana Santa hasta su muerte. De eso hace ya muchos años... Semana Santa era un nombre con evidentes limitaciones psicofísicas. Según se sabía padecía epilepsia, o algo parecido, si bien acusaba un retardo mental y dificultades para hablar y caminar son soltura. Un brazo lo tenía semiparalizado. Creo que el izquierdo. Papá recuerdo que me dijo que las grandes cicatrices que tenía en el cuello y seguían por el pecho eran el resultado de alguna vez que por un ataque epiléptico cayó sobre fuego o algo hirviente le cayó encima y lo marcó dramáticamente para siempre. Semana Santa era de carácter fácilmente irritable e irascible. Recuerdo haberle escuchado decir algunas palabras entrecortadas, con algún sentido, sobre todo de protesta e incomodidad, pero sin construcción clara y coherente. El sentido de sus palabras lo encontraba uno por aisladas que fueran. No era un hombre que estuviera nunca de buen ánimo. Había en él algo así como una incomodidad congénita. Algo así como una naturaleza sufrida y doliente desde siempre. Era incapaz de cumplir responsabilidades organizadas. Tenía grandes limitaciones. Hasta donde llego a dibujar su imagen, siempre le ví andariego y vacilante. Si cumplía, al menos, con hacer lo que llamamos "mandados" domésticos..., no lo sé. Habría que preguntarlo a Doña Tití. Lo cierto es que era un personaje en La Antigua Guatemala. Pero..., por qué Semana Santa. ´
Bueno, pues porque entre sus ambigúedades de comportamiento, si algo era en
él muy característico y particular es que siempre tarareaba a su manera partes melódicas de las marchas de carácter sacro que solemos escuchar durante los tiempos de Cuaresma y... Semana Santa... Dondequiera que Rubén Darío Flores iba y venía, siempre se le escuchaba el rumor de alguna parte melódica de una marcha, o remedaba el ritmo sonoro del redoble que anima el compás del paso procesional... Tan peculiar comportamiento y gusto por rumiar elementos musicales así, ocasionó que alguien, quién sabe quién..., le pusiera ese apodo sin parangón: Semana Santa... Cuando yo lo conocí así se llamaba ya, y ahora que de su muerte distan muchos años, para mí y para muchos antigÇueños sigue siendo el Semana Santa de siempre... El único... El inolvicable...
Su época de apogeo, de lucimiento y presencia infaltable era, por supuesto, durante los recorridos procesinales. Allá iba con su túnica morada, mal puesta, por cierto, y su gorro, en posición arbitraria, como no podía ser de otra manera... Y era de verlo en su ocupación preferida: caminar con su incensario y su canasto, lanzando sus humos aromáticos pasos antes del paso de las andas, caminando entre los demás incensadores con su actitud caprichosa y a veces hostil, entregado a la práctica de una tradición que nunca supe cuándo comenzó. Nunca supe datos de su niñez, ni de su adolescencia, ni de su juventud. Cuando lo recuerdo le veo un hombre cuarentón, quizá... Enfermizo, mal cuidado, hostil ante cualquier gesto afectuoso... Renuente al intercambio... Solitario y sin embargo sujeto de la atención familiar, de los amigos de la familia y de la comunidad antigÇueña que siempre le guardó simjpatía y afecto.
jueves, 26 de marzo de 2009
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