jueves, 19 de marzo de 2009

SEIS Y MEDIA DE LA TARDE...

Van mis pasos solitarios por las calles de esta gran ciudad... Los empedrados escabrosos alteran el ritmo del pensar... Poca gente... La luz se escapa de un cielo oscuramente azul... El viento fresco envuelve con su aliento nocturnal... Cuadras y cuadras de caminar, van siendo raras las puertas y ventanas que aún están abiertas con el negocio que las ocupa. La jornada de trabajo ha concluido y todo el mundo escapa a la rutina inevitable. Es cosa de llegar pronto a la casa, a seguir la brega también inevitable. Dónde habrá más gozo y menos pesadumbre? Días difíciles son estos. Hay gente por las calles, por supuesto... El ambular es evidente, pero no hay un aliento de alegría, de paz y de descanso. En todos hay gestos de tensión, de fuga, de premura... Las luces de los postes ensombrecen el rostro de esta gran ciudad... No sé por qué pienso y siento que no es la luz que corresponda a su trazo y a su arquitectura. Me parece necesaria otra atmósfera de claridades y sombras al final del día que recorro por la gran ciudad. Los árboles sobrevivientes en sus parques y alamedas se mantienen firmes, con una paciencia infinita, mientras van indiferentes los carros y las motos, los taxis y los tuktuks, para hacer más trepidante la escapada de todos aquellos que no viven aquí, que han dejado sus hogares en aldeas y caseríos, de varios municipios, para venir a trabajar como Dios manda. A medida que la gente local desaparece, son aún más manifiestos esos seres que ambulan en sus trazas extrañas y que todos reconocemos genéricamente como turistas... Van mis saludos a las manos extendidas y unas palabras para corresponder a las voces que me llegan con sus buenos deseos y sus buenas noches...
Cada vez somos más extraños quienes nacidos en esta gran ciudad nos sabemos y nos somos... Casi todo el comercio cerró sus puertas. Van quedando con la ilusión de las ventas los bares, los restaurantes, las discotecas... Qué pena por los que ahí trabajan, pues sus sacrificadas horas hacen necesario el trueque por su sustento y el de sus familias. Pero qué lata... Qué bullicio el de unos y qué innecesario. Cuando he viajado jamás se me ha ocurrido meterme a los bares a beber y a las discotecas a beber y a atontarme con sus humores y sus bullas... No hablo de la música, porque en esos ambientes ensordecedores lo que menos importa es el gozo sonoro. Ante la prisa y la meticulosidad de los que se van, el desgaire y la vagabundez de los que se quedan... De estos turistas generalmente desocupados que no encuentran mejor ocupación que la paradójica pérdida de tiempo y la intoxicación en frío o en seco...
Seis y media de la tarde... Y más... Es ya de noche... Casi no conozco a nadie de los que encuentro. La gran ciudad resguarda su propia gente en hogares distantes, donde han ido a parar por la exclusión de la zona comercial que ocupa el centro y las áreas que mejor han sido mercadeadas para el negocio. Busco dónde beber una limonada fría... No lo encuentro... Una amiga local me dice desde la ventana de su restaurante donde anochece y casi amanece, que no vende limonadas... "Con lo caro que está el limón...".
Aquí van junto a las aceras desechas más por el descuido que por el intenso trajinar, las paredes de las casas silentes. Ha caído la noche en la gran ciudad y todo lo que está ajeno al trajinar nocturno del turismo, se resguarda y se protege. El ambiente en general es lírico. Dondequiera que uno ve hay motivos para pronunciar el gran poema que merece la historia de grandeza de esta gran ciudad... Cuántos nombres, cuántos hechos sustentan su prestigio de siglos transcurridos en el sosiego de la fe, la tradición y las costumbres de hondura, riqueza y vigor incomparables. Aquí seguimos nosotros, pues... Portadores y mantenedores, a pesar de todo... A pesar del negocio, que está bien, pero que sigue sin el rumbo de una inspiraciòn que lo haga crecer todo, sin pérdida de lo que es herencia, ancestro, patrimonio...
En la media luz de la noche resultan impecables los ojos claros de las turistas... Los oídos dejan de comprender las palabras coloquiales de los nuestros. El idioma que percute desde el rumor de las caricias hasta las carcajadas más irreverentes, es de un extranjerismo babélico... Los extraños para que sobreviva la economía local, son los protagonistas de la noche, mientras van de vuelta nuestros pasos al hogar que nos espera con el mejor reducto de paz y conciliación con el ser que nos habita... Afuera queda el escándalo, el vicio y la vigilancia impune... Apenas serán una estadística, y pensar que son el factor necesario, inevitable, que nos ha desplazado de la vida cotidiana de otros tiempos. Aquellos en los que esta gran ciudad era un jardín habitado, con su historia viva y vivos todos en sus casas, esas que ahora han cerrado sus puertas hasta el día de mañana en que es preciso volver a abrir el negocio. Esto no es lamentación. Es nolstalgia... Esto no es frustración. Es desesperanza... Esto no es resistencia al tiempo que todo lo cambia. Es hondura en el amor por lo que es nuestro, que quisiéramos que fuera como siempre lo soñaron los ancestros. Esos que ya no están y que nos esperan para fundirnos en el gozo de la evocación de lo que fue y quisiéramos que siempre fuera esta gran ciudad...

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