En varias ocasiones he comentado con familiares y amigos mi interés por escribir algo cada día. No de la manera convencional como se escribe un diario, sino a manera de una bitácora. Por supuesto, a través de los textos se puede establecer una atmósfera de inquietudes o un listado de incidencias de vida. Pero lo que para mí resulta interesante de este tipo de acometidas diarias sobre este fascinante sistema de escritura, es el esfuerzo monográfico que implica el solo hecho de precisar a través de un título lo que se supone será desarrollado a lo largo de un intederminado número de líneas. Bueno: se trata de un testimonio personal y por lo mismo no es relevante nada de índole cuantitativa. Palabra a palabra, párrafo a párrafo, lo importante de este acto de confidencia pública es dejar una constancia de vida, tratando de desarrollar una idea o varias ideas sobre un tema o más, con el pretexto del título que se me ocurra.
He podido comprobar, y lo digo sin arrogancia alguna, que eso del pánico a "la hoja en blanco" no es conmigo. A mí me ocurre al revés. Es decir, si no pánico al menos incomodidad de tener mucho de que ocuparme y mantener línea a línea el rigor en el decurso del tema. Porque ante la velocidad con la que surgen las ideas y todas las concatenaciones que desatan, ni los ojos en su función supervisora y menos los dedos de las manos alcanzan a registrar todo cuanto quisiera escribir. Hago pausas, por supuesto, porque el hilo de la escritura tiene sus ritmos. A veces el desenvolvimiento de una idea corre más aprisa que otra y eso hace que al final de decantar lo que me resultaba preciso decir, pues hace falta tomar un aire, por decirlo como si lo comparara al ejercicio de correr, trotar y caminar.
Ahora mismo que escribo voy experimentando todo cuanto voy diciendo. (Confieso que estoy jugando con las palabras. Sin dejar de expresar algo que sea importante. De eso se trata. Pero confieso, repito, que en este justo instante, mientras veo cómo se van construyendo las palabras, signo a signo, me resulta muy divertido esto de escribir... Pienso que si de este modo se motivara a jugar con las palabras a tantos niños y jóvenes, quizá Guatemala no sería la tierra de muchos escritores, pero sí habría muchas personas que nunca tendrían ese tal pánico ante el desafío a expresarse a través de la palabra escrita...).
Quizá resulte una introducción muy grande para lo que deseo decir hoy. Aparte del testimonio del juego del párrafo anterior, agrego que me encuentro en casa después de unas horas de ambular por la actual capital. El clima es fresco, el ambiente apacible y un silencio ensordecedor... La paz total para ser todo conciencia, todo pensamiento, todo engarce de ideas... Y cuando me he dispuesto a llenar este espacio virtual he dejado que las instancias psíquicas, más que conscientes, invadan mi cerebro para generar varias posibilidades temáticas y "sentir" mi mejor identificación, comodidad o interés por emprender el texto. Vuelta otra vez, como en los últimos días, a asaltarme los temas personalistas. Esos que parten del desbordante mundo interior que siempre se encuentra asediado por lo que muchos no saben que les habita y generalmente reprimen: temores, angustias, abatimientos, frustraciones, nostalgias, incomodidades, etcétera... Y a punto de titular algo con sabor amargamente intimista, me revelado rotundamente y me he dicho: - Bueno, ¿mi realidad interior es la única realidad a la que puedo referirme...? Y la respuesta inmediata ha sido "No...". Por supuesto que no. Y de esa manera me he lanzado a la visión más vasta que he podido concebir y es así que dicho en la menor cantidad de palabras me he propuesto como título "un vistazo al mundo...". Paradójimamente, al momento no he dicho nada al respecto. Van varios párrafos y no he conectado todavía con el hilo que me lleve a ocuparme de dicho título. En este momento pienso a qué se debe la lejanía a la que me encuentro de tan vasto tema. Y también de inmediato me surge una posible respuesta: estoy tan inmerso en mí mismo, que no logro salir de mí. O quizá es tal la necesidad que tengo de seguir en la catarsis en la que me encuentro desde hace semanas, que el tal tema no conecta todavía. Y consciente de esa manera, me planteo un cambio de enfoque. Y me propongo poner punto y aparte a esta disquisición y comenzar por lo que me propuse como principio.
Me propongo, pues, darle "un vistazo al mundo", y a ver qué puedo decir de lo que veo... Creo que la mejor vía que tengo es el acopio de información que me llega por todos los medios que tengo a mi alcance: los periódicos físicos nacionales, los periódicos virtuales internacionales, particularmente de México, Colombia, Argentina, España, Francia, El Salvador, Ecuador, Chile, Costa Rica y de vez en cuando Italia... Veo prensa virtual de otros países, pero sólo excepcionalmente... Y la percepción que tengo de ese mundo que habito es de una tensión muy grande, de una falta de rumbo entusiasta, de una agonizante preocupación por aquellos aspectos que no debieran ser motivo de angustia a estas alturas de la civilización. Me abruma el hambre, la enfermedad, la inseguridad y lo peligroso que se ha vuelto vivir en cualquier parte del mundo. Me desilusiona la falta de confianza entre unos y otros: entre países vecinos y no vecinos, y entre las personas dondequiera que estén sus vecindades. Me ofende y me avergüenza las acciones voraces y criminales de las mafias, dondequiera que se encuentren, en contra de la posibilidad de paz y bienestar de tantos seres humanos que sucumben a diario. Me espanta tanto dolor que se percibe en el mundo: las agresiones, las torturas, los asesinatos que se cometen a cada instante y quedan velados ante la más indignante impunidad. Me entristece tanto ver que el futuro de los niños y los jóvenes es tan incierto y tan doloroso. Creo que sufrirán mucho más que nosotros que sobrevivimos a tiempos de guerra, y eso es sencillamente inujusto.
Que en un vistazo al mundo también podamos ver cosas buenas, ni duda... Pero es tan devastador el oleaje de los graves problemas que sobrecogen al ser humano en cualquier rincón del planeta, para unos en condiciones más graves que para otros, y para muchos hasta irresolubles en el largo plazo, que ocuparnos de lo grato y lo simpático y lo divertido es sencillamente impensable. No sólo porque nos provoca un cargo de conciencia ante el dolor, el pesar y la aflicción ajenos, sino porque nadie hoy por hoy está exento de ser víctima de todos los males que se ciernen sobre el mundo. El gozo por lo bueno de la vida me resulta una evasión de la realidad y eso me provoca una incomodidad intolerable. No es que quiera vivir sufriente y con cargo del sufrimiento ajeno sobre mi conciencia. Por supuesto que no. Pero de la misma manera que todos los medios de comunicación nos ponen en contacto con todo lo que ocurre al instante en cualquier rincón del planeta, así nuestra percepción del mundo es en gran medida doliente y pesarosa. "A este mundo de lágrimas que abate...," según un verso del poeta mexicano Salvador Díaz Mirón, venimos más a sufrir que a gozar. Por eso el dolor es más ostensible y por eso a mí me resulta menos evitable estar conciente de su inconmensurable extensión, como un manto que oscurece el porvenir de la humanidad.
Y eso que trato de no ser pesimista... Si hoy me he propuesto dar un vistazo al mundo, esa es mi visión. Confronto al más optimista para que mañana se entere de las noticias provenientes de cualquier lugar del planeta y verá que la situación quizá empeore. En la imagen del ir y venir pendular de la historia, estos años están marcados por una ruta de sinsabores, angustias y depresión... Qué de la economía, què de la justicia, qué de la salud, qué de la seguridad en el mundo...
Vayamos por nuestros más inclaudicables principios y valores, armémonos de la mayor paciencia, tomemos las mejores decisiones y esperemos un futuro mejor. A base del esfuerzo colectivo de la humanidad. De otra manera, imposible...
martes, 31 de marzo de 2009
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