Si algo me incomoda de las opiniones comunes y corrientes es aseverar lo que sea a partir de generalizaciones. No importa si se refieren a personas, hechos o circunstancias. Tan frecuente que es escuchar que alguien diga "Nadie sabe tal cosa o tal otra..."; "La gente de tal parte es así o asá..."; "Todos opinan esto o lo otro...". Qué atrevimiento y qué riesgos confirmar o negar de una manera tan simple y tan categórica... Y qué desagrado tratar de llevar a quienes se expresan de esa manera por una vía de análisis y sustentación lógica para demostrarles lo inaceptable de ese tipo de opiniones que huelen a arrebato o a irresponsabilidad. Por eso no me atrevo nunca a expresarme así y, menos como ahora, cuando me pregunto acerca de cuántas personas leen en Guatemala a José Milla y Vidaurre. Afirmar que en nuestro país nadie lo lee es caer en el error que señalo al principio. Pero dudar que la mayoría de guatemaltecos lo leen, aunque difícil de disponer de una encuesta confiable para tal afirmación, creo que no está lejos de la verdad. Hay tantos distractores en todos los órdenes de la vida de mis compatriotas, ya no digamos en cuanto a opciones de lectura, que no es demasiado atrevido decir que la mayoría de ellos no lo leen. Es más, hasta puede decirse que muchos jamás lo han leído.
Me someto sin temor al juicio por tal opinión, cuando a propósito de una reciente lectura con motivo de un curso universitario he vuelto a esas páginas de Cuadros de Costumbres del ilustre Salomé Jil. Lo he leído con renovado deleite en tantos y tan simpáticos temas: la personalidad de El Chapín, La Feria de Jocotenango, El distraído y otros más. He vuelto a deleitarme con una prosa tan llana y tan fresca. Tan coloquial y por lo mismo tan comunicativa. Y pensar que el ilustre escritor vivió entre 1822 y 1882. Haber fallecido nada menos que hace más de ciento veinticinco años, y sin embargo tan cerca de nosotros hoy en día. Me pregunto por qué me ha resultado tan inmediato, tan comprensible, tan familiar, y voy dándome cuenta que no se debe exactamente al lenguaje que utiliza o su intención testimonial o crítica sobre los asuntos que se ocupa. Porque si nos atenemos a aspectos idiomáticos, habremos de reconocer que hay numerosos vocablos caídos en desuso, así como una construcción que corresponde a los patrones literarios de la época romántica que le correspondió vivir. Ni siquiera es exactamente por los temas y su enfoque satírico, o el retrato de gentes que se nos hacen tan cercanos en su manera de ser y en su trato. Puede reconocerse que Milla y Vidaurre fue un observador sutil y supo calar en aspectos idiosincrásicos de la sociedad de su tiempo, dejando una obra de incomparable valor como documento de enfoque social y antropológico, con preponderancia por el contexto ladino y mestizo.
Afino un poco la relación entre lo que él escribió y lo que nos resulta tan parecido en nuestros días, y también advierto que si bien Milla y Vidaurre construyó su universo literario a partir de la realidad de su tiempo, la trascendencia de su obra no estriba en que encontremos similitudes entre el pintoresquismo humano del guatemalteco de hoy con el que retrata él en su obra, sino algo más profundo y conmovedor: creo que ese ser típico y las circunstancias que lo habían definido para entonces, sencillamente no ha dejado de ser tal cual era entonces. Si bien han pasado muchos años desde ese lejano Siglo XIX, los aspectos característicos del conglomerado social guatemalteco siguen siendo los mismos, en el fondo, la forma y sus respectivos matices. Tiene mérito Milla y Vidaurre al haber logrado una visión sintética de las cualidades y defectos del común de los guatemaltecos. El problema nuestro es que, no por ser fieles a una tipología definida desde entonces, pasado tanto tiempo sigamos basándonos en modelos de una visión del mundo, de conducta, de comportamiento que no han evolucionado casi que para nada. Cómo sentirnos satisfechos que pasado tanto tiempo sigamos reconociéndonos casi que cultores de actitudes de desconfianza, apariencia, tergiversación, evasivas, ignorancias, malos modos, rebuscamientos, suspicacias, negligencia, y demás rasgos que no son más que antivalores, y para decirlo de una buena vez: características de una sociedad en términos generales vanagloriosamente subdesarrollada...
José Milla y Vidaurre en su obra nunca pretendió ser un documentalista ni un adivino. Sencillamente fue el autor de libros en los que dejó un testimonio del mundo que le correspondió vivir, como a nosotros ciento y tantos años después de ese testimonio, reconocemos en sus páginas de qué manera seguimos siendo como conglomerado social una prolongación humana cultora de esos antivalores. Qué hacer...? En la medida en que no estamos en un ejercicio de carácter ético, sencillamente reconocernos en el espejo del Siglo XIX y no necesariamente reírnos de lo que seguimos siendo, sino de asumir una actitud edificante para vernos con proyección futura en un espejo menos reprochable. Cuando uno encuentra personas que al señalársele sus defectos dice "Es que yo soy así... y qué...", aparte de querer agarrarlo del copete y darle un par de zarandazos por su burdo engreimiento, a mí no deja de causarme una gran desilusión. Por qué no evolucionar..., por qué no querer remotarse sobre uno mismo y sanear esos antivalores... Uno tiene derecho a ser uno mismo, pero hay que afanarse por ser mejores, sin perder necesariamente la identidad que nos hace compartir la vida en común, de donde viene el concepto comunidad... No podemos sentirnos satisfechos, menos orgullosos, de tener en común defectos y debilidades. Gocemos y cultivemos aquello que pueda hacernos simpáticos y admirables ante nosotros y ante el mundo. Pero no lo que nos degrada y nos ridiculiza.
A la luz de la obra de José Milla y Vidaurre, hay mucho de nosotros que nos conecta entre el ayer y el hoy. Cómo quisiera que nos uniera entre el hoy y el mañana una más edificante concepción de la vida, a partir de tantos rasgos hermosos e incomparables dentro del universo del Chapín que nos identifica y que puede llevarnos a ser un tipo humano atractivo y encantador, por inteligente, gracioso, lleno de ingenio, creativo, tierno, atrevido y muy correcto en todos sus comportamientos.
Quien no haya leído a Don José Milla y Vidaurre, quizá luego de estas conjeturas se anime a buscar sus libros, para saber por qué digo lo que digo, y de paso gozarse de qué manera tan pintoresca retrata a ese prototipo del guatemateco que, de no llegar a cambiar nunca, tendrá en la obra de este exquisito autor nuestro, un documento de un incalculable valor documental que retrata cómo somos desde hace tanto tiempo.
Y por si ya no nos vemos: "Fue un gran gusto compartir con usted... No deje de contarme qué tal le va... Salúdeme a la familia... Y vaya siempre con cuidado porque uno nunca sabe... Ay me llama... A sus órdenes...".
jueves, 23 de abril de 2009
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