lunes, 19 de enero de 2009

A MÍ NO ME GUSTA VIAJAR...

La conversación es uno de los medios cruciales de comunicación entre las personas. No digo el único o el más importante, porque hay otros, sin duda, pero quizá sea el más significativo. Sabemos que es posible comunicarnos con la mirada, con gestos, con ademanes, con sonidos. En todos estos "sistemas" hay intercambio de información. Los códigos nos trasladan estados emotivos y hasta pensamientos. Pero lo significativo de la conversación me parece que estriba en la complejidad de lo que se comunica, que rebasa los recursos limitados de comunicación que ofrecen la mirada, los gestos, los ademanes, o los sonidos, por ejemplo. Hasta se ha dicho y nadie contradice, que hay un arte de la conversación. Una manera de decir y de escuchar; una manera de asumir lo que se escucha, de compreder las ideas y formular planteamientos que enriquezcan el diálogo. La conversación se establece para dar testimonio, para comparar casos o situaciones de vida, para evocar, para generar y compartir ideas, para salir de dudas, para provocar nuevas ideas, para profundizar el pensamiento, para abundar en datos, para consolarse o experimentar catarsis, para curiosear en las vidas ajenas, para aclarar asuntos de la propia vida, para reír, para gozar la amistad o para matar el tiempo... Uno siempre está dialogando con alguien. Muchas veces con uno mismo, como en este diálogo que he establecido esta noche con mi propia conciencia.
Los temas de una conversación generalmente son fortuitos. O en el curso de establecer la relación de palabras, van los temas por rumbos inimaginables. Hay tanto que decir. Hay tanto de que ocuparse, ya sea porque querramos enterarnos de los demás o porque tengamos el interés de compartir lo nuestro. Esto deriva en conversaciones más o menos interesanes. Lo cual está determinado por la "calidad", la circunstancia o la intención de los conversadores. Y por ello no todos "soportan" un diálogo. Hay en ello creatividad. Lógica. Actitud ante la vida. La propia y la ajena. Uno puede hablar de lo que sea, que no es lo mismo que "de cualquier cosa", pero a la búsqueda del aporte y de vivir una experiencia interesante. Ya podemos imaginarnos lo tortuoso que resulta reunirse más de una persona para platicar y pasarla mal. Cuántas veces nos ha pasado. A eso se debe que también existan criterios de valoración y por lo mismo se diga de alguien que es "un buen conversador", o todo lo contrario.
Pues resulta que entre tantos temas, sub-temas e infinito-temas que pueden dar contenido a una conversación, no deja de ser frecuente que se hable de los viajes. De las experiencias viejas y recientes, de lugares más o menos conocidos, de situaciones gratas e ingratas, de futuras oportunidades y de preferencias o limitaciones para irse cerca, lejos o muy lejos. En una conversación hay quienes se las dan de protagonistas principales y creen merecer toda la atención del mundo. Hay otros que son tan pasivos o poco inquietos, que dan lugar al excesivo protagonismo del otro, o se aburren y la conversación se acaba.
Y así como hay preguntas o respuestas interesantes, que en el mejor de los casos se califican de nteligentes, también se da todo lo contrario. Hay expresiones insoportables, no por inoportunas si or necias. Y una de ellas es esa que muchos insufribles sueltan cuando los interlocutores se ocupan del turismo y cuentan sus experiencias de conocer el mundo. "A mí no me gusta viajar..." se atreve a decir más de algún compañerito de plática, a manera de ser indiferente o descalificar la ilusión, el encanto, la aventura, la audacia o el milagro que haya podido significar que alguien se haya ido por ahí. Cuando yo he escuchado una expresión así, tan seca como contundente, a tal punto que parece no merecer ningún comentario subsiguiente, no sé qué hacer: si mandarme al carajo con todo lo que para mí significan los viajes, o pedir que se le haga una transfusión cerebral al absurdo de persona que se ha atrevido a ofender nuestro "espíritu de viajeros...".
Como no será sólo una vez que nos ocurra algo así, tratemos de llevar el caso a la reflexión para ver si vale la pena ocuparnos de los que no reconocen el valor de los viajes y por lo mismo, sin haber salido de "sus fronteras" una sola vez, concluyen en que no les gusta viajar... Qué pasa con esta gente, entre la que no hay diferencia de sexo, ni origen, ni edad, ni ocupación, ni estado civil, ni condición económica...? Falta de "tradición" familiar, educación turística, curiosidad por lo que hay en "otras partes", falta de oportunidades para fugarse en aventura más allá del territorio nacional...? Es posible que sea la combinación de algunos de estos aspectos o algo más...

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