Tuvo que pasar mucho tiempo para que la ciencia pudiera demostrarnos de qué manera somos seres predestinados. Pre-destinados por una cuestión genética y condicionados por incidencias culturales. Quienes proclaman el libre albedrío..., bien valdría la pena que incursionaran en sus ataduras por herencias familiares, ya sea que se les reconozca para bien o para mal, total resultan casi inevitables, o porque les haya sido posible remontarse hasta aquellos antepasados que, más desconocidos que conocidos, son los responsables de transmitirles esos elementos biológicos que les hacen ser como son o de no ser como quisieran ser. La historia del genoma puede cosiderarse, sin duda alguna, como un registro infalible del decurso vivo de la misma humanidad. La historia del descubrimiento del genoma es otra cosa. Cosa de dos o tres décadas, al menos como conocimiento público.
Por ello conviene recurrir a todo el sentido de la humildad que también nos haya sido dado, para aceptar que hay disposiciones que van revelándose desde los tempranos tiempos de nuestra vida, que lo más probable es que vengan dictadas en profundidad por ancestrales vínculos que a pesar del tiempo y la distancia siguen con nosotros por la fuerza genética. Aquí ya no hay historia. Aquí sólo existe, pues, el genoma.
Cuántas veces escuchamos decir con donosura o desplante "Yo soy así...", "A mí me gusta hacer tal cosa..." o "Eso no va conmigo...". Manifestaciones resueltas y contundentes que debemos respetar, por supuesto, pero que uno sabe que lo más probable es que estén lejos de corresponder a una personalidad muy bien definida o de decisiones autónomas. Por otra parte no dejará de ser motivo de especial atención encontrarnos con niños y jóvenes que, sin contar con antecedentes familiares, influencias directas o indirectas, o modelos que emular, resultan con intereses, gustos o prácticas singulares que les diferencian de la mayoría de sus coetáneos. Los casos son diversos: el liderazgo, la inventiva, las destrezas, la agilidad, la intuición, la fuerza, la creatividad y muchos más. Es de ver en los momentos más espontáneos de la vida, que es cuando más se "lucen" estas disposiciones, cómo estos seres igualmente singulares van haciéndose tiempo para dedicarse a satisfacer eso que más les interesa, les gusta o les entretiene, con evidencia de su potencial intelectivo y sensible, sin distingo de los años que puedan tener. Hay revelaciones que no necesariamente se dan a una tierna edad. Muchas personas adultas se sienten gratamente sorprendidas cuando reconocen que tienen lo que en el lenguaje coloquial se llama "inclinaciones" por lo que puede resultar admirablemente inusual. Porque son admirables quienes, por ejemplo, cantan, escriben, danzan, diseñan, declaman,dibujan, pintan, , hacen teatro, tocan algún instrumento o componen música. No se trata de exaltar solamente las bellas artes o la creación artística. Lo que pasa es que expresiones como las que menciono causan un gran atractivo y motivan su práctica desde el nivel de la simple afición hasta el más riguroso profesionalismo. Todos los medios de comunicación de hoy en día se encargan de promover esas expresiones y cada vez hay más personas interesadas.
Claro: no puede haber vocación que prospere, por poderosa que sea, si las condiciones no le son favorables. En todo caso, lo que vale para ser tomado en cuenta por padres de familia, docentes y demás agentes que intervienen en estos complejos procesos de desarrollo.
A mí por ejemplo, en cuanto a la música, me hubiera gustado tocar piano, cantar con mi voz de barítono o ser director de orquesta... En los tiempos de mi adolescencia y primeros años de juventud, ni siquiera tuve quién supiera de mi interés... Cuando de la manera espontánea como digo que uno comienza a manifestar este tipo de disposiciones, por entonces intentaba una práctica ingenua, se me venía el mundo encima. Si jugaba con ademanes de tocar un teclado al aire, me decían que estaba loco. Si alguien se daba cuenta que hacía escalas vocales, luego me exigía callar por el escándalo y lo ridículo. Si frente al radio que sonaba una remota audición sinfónica se me ocurría hacer remedos de dirección orquestal, luego se me señalaba de hacer payasadas y por lo mismo sólo causaba risa. Una muy simple manera de matar cualquier vocación. Eso ocurría antes y lo digo porque lo viví. Pero estoy seguro que lo mismo sigue pasando hoy en día. La probreza de nuestro país no sólo deviene del egoísmo al no brindar oportunidades de desarrollo a tanto guatemalteco con pleno derecho, sino de escatimar y hasta negar el apoyo que merecen quienes son ya portadores de una vocación y mantenedores de ella a cuenta y riesgo propios.
Mi gusto por teclear persiste en mí, si bien nunca pude llegar a una sola clase de piano. Por eso me dí gusto y me fue muy bien cuando cursé mis clases de mecanografía. De la vieja máquina mecánica pasé la eléctrica y de ahí al llamado procesador de palabras y a la computadora. Realmente siempre me gustó escribir. Pero no sólo en lo que se refiere a la cuestión técnica. Me refiero al deseo de comunicarme con palabras escritas. En ese sentido me siento privilegiado al haber confluido en mí quizá lo genético y muy vigorosamente la tradición familiar. En mi casa, desde muy niño, siempre ví escribir. A falta de la internet de hoy, no hubo día que no se deslizara más de una carta bajo la puerta. Y el correo llegaba de muy diversas partes, tanto nacionales como de otros países. Mi familia materna mantenía una intensa y permanente correspondencia. Mamá, mi inolvidable Mamá, no había mañana que no tuviera la pluma veloz sobre el papel. Las noticias iban y venían. La Abuela disciplinada y fiel en su afecto por nosotros. Las Tías, hermanas de Mamá, contando de todo: dolencias, quejas y chismes. Las Tías Abuelas, esas lejanas mujeres siempre abnegadas en su dedicación por nosotros, nunca dejaban de decirnos lo que se podía decir y de enviarnos sus bendiciones. Una de ellas, mi distinguida y muy adinerada Madrina de Bautizo, era la mujer que viajaba por el mundo. Fue por todos los continentes y dondequiera que estuviese siempre encontraba tiempo para escribir. Qué novedad recibir los inconfundibles sobres en papel celeste con su recuadro de bocadillos alternos azul y rojo. El correo internacional, con la novedad de sus sellos postales.
Al día de hoy, pasadas varias décadas, conservo entre mis pequeños tesoros más preciados, varias cartas de ellas. Las leo ocasionalmente. Me entristecen, me hacen recordarlas, me hacen mantener vivos mis sentimientos por ellas y me siguen diciendo que escribir es sencillamente poner sobre el papel, o en este caso la pantalla, las palabras con las que uno concibe las ideas. Si no fácil, así de sencillo. En mi caso, estoy seguro que esa convivencia rutinaria entre la pluma y el papel que ví en ellas durante tantos años de mi vida, me cautivó hasta llevarme a disfrutar en horas de paz y de silencio como ahora a decir lo que pienso y siento. Lo que recuerdo, lo que imagino y lo que sueño. Será eso literatura...?
Y han de saber que al tomar alguna de esas cartas, en el vértice donde una vez se unió la pestaña para cerrar el sobre, bajo las huellas invisibles de sus manos y al trasluz del papel, siempre aparecen tres letras mayúsculas con sus trazos indistintos: S.A.G. Como síntesis del universo de fe de esas mujeres que ahora descansan en paz, siempre sigilosas en la encomienda de sus confidencias. S.A.G: allá va una y otra carta, cruzando cualquier distancia, con una oración silenciosa y a resguardo del mejor custodio: San Antonio Guíala...
miércoles, 14 de enero de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario