viernes, 19 de junio de 2009

DIÁLOGO ENTRE DOS GENERACIONES DE JÓVENES...

Esta tarde resultó saturada de ocupaciones presurosas. Alguien llegó a decirme en una de tantas conversaciones que sostuve, que se hace necesario poner término a los compromisos y restringir la agenda... No quise discutir al respecto, pues la experiencia nos dice que la eventualidad marca mucho el rumbo de la vida y que por lo mismo no todos los días son iguales. Es cierto que tengo días muy sobrecargados de ocupaciones, pero así como hago el esfuerzo de cumplirlas con toda responsabilidad en cuanto a horarios, plazos y resultados que conllevan, también es cierto que me reservo momentos e instancias de reposo para recobrar el aliento, ordenar las ideas y precisar certeramente la orientación de las acciones que conlleva la dinámica de la existencia.
Lo presuroso de las ocupaciones me hicieron caminar mucho por diferentes rumbos de la ciudad. Saludé en incontables oportunidades y me detuve a intercambiar palabras aquí y allá. Cuando fue haciéndose de noche y el ambiente fresco y apacible invitaba a recorrer las calles curioseando los atractivos que la ciudad ostenta, como plazas, tiendas, restaurantes y cafeterías, fueron surgiendo caminantes que de manera solitaria, en grupos o en parejas iban por ahí con esa actitud desenvuelta y espontánea en el regusto por la vagancia sosegada y siempre placentera.
Entre aquella creciente muchedumbre, no supe en un principio por qué puse una mayor atención a un pequeño grupo de andariegos que tenía un par de diferencias simples y sencillas: entre seis u ocho jovencitas un solo hombre las acompañaba y este era grandulón y notoriamente mayor, pese a ser también lo que se dice un adulto jovial. Les ví pasar más de una vez en ese entrecruce de calles y avenidas que desembocan en la Plaza Mayor y apenas me quedó una sucesión de imágenes con la huella de sus cuerpos gráciles y sus gestos mimosos, de sus sonrisas lejanas y esa característica actitud de la jovialidad que seduce por su propensión a la broma y al juego en todo lo que se desea hacer y comunicar.
Iba en la ruta directa de vuelta a casa, apenas a unas cuadras desde la Plaza Mayor que comenzaba a cruzar, cuando veo acercarse a mí bajo la escasa luz de la hora, unas siluetas de mujeres de porte liviano, con ese paso lento de la despreocupación más inquietante. Identifico de inmediato la intención de las miradas, los rasgos de la moda, los colores de sus pieles y la orientación de sus pasos, pero nada me hizo advertir, en el transcurso de tan mínimas percepciones, que yo pudiera conocer a alguien de esas mujeres típicamente guatemaltecas, educadas en los ámbitos urbanos después de haber nacido en hogares con una comodidad natural.
No tuvo que pasar un momento más sin darme cuenta que estaba frente a mí ese grupo que minutos antes me había llamado la atención. Y para mi suerte, resultó que ese hombre jovenzón que les acompañaba era un amigo mío cuyas calidades como artista le han valido un nombre de prestigio y una vida cómoda por la dichosa demanda de su arte de retratar el paisaje urbano que tanto agrada como el de esta ilustre ciudad donde nací y en cuya Plaza Mayor estoy ahora saludándolo a él y a las jovencitas que van con él. Thais se llama una de ellas. Es su hija y como ayer cumplió quince años sigue la celebración. Las demás son sus amigas y el coro de la celebración.
El amigo me presenta con todas, formamos un pequeño círculo y la plática discurre por diversidad de temas que al final se trata de un intercambio de enfoques y consideraciones que sólo puede parecer un diálogo entre dos generaciones de jóvenes.

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